domingo, 11 de marzo de 2012

Tócala otra vez, Pep

Guardiola podría haber pensado que es una decisión personal la que tiene que tomar. Se equivoca. Es más. Mucho más. Está claro lo que tiene que hacer

 
 

El festival de goles del Barcelona contra un equipo alemán el miércoles sirvió para alimentar lo que ya era el tema de la semana en Inglaterra: si Pep Guardiola debería o no abandonar el Barcelona por el Chelsea. Hasta que la gente se puso a pensar un poco y entendió que la propuesta era absurda. El diario The Sun lo resumió así: Guardiola estaría loco si se fuera al Chelsea y más loco todavía si dejara el Barça.
La única persona en el mundo que no lo tiene claro, parece, es el propio Guardiola, que dice que “necesita tiempo” para decidir si se queda o se va. Vale. Bien. Respiremos hondo y con mucha paciencia, paso a pasito, expliquémosle por qué se tiene que quedar donde está.
No, no es porque sería una locura dejar de entrenar al mejor equipo que va a ver en su vida o al mejor jugador; no porque jamás se volverá a encontrar con una plantilla que exprese más a la perfección su filosofía del juego; no porque el Barça es el club de sus amores y los aficionados y los jugadores le adoran y se sentirían huérfanos sin él; no porque después de entrenar a este Barça lo mejor sería que dejara el deporte y se dedicara a la jardinería o a la pesca o al triste e indigno oficio de columnista deportivo.
No. Ninguno de estos son motivos suficientes en sí para que se quede. Ni tampoco, por cierto, es correcto hablar de “locura”. Es perfectamente racional y comprensible que Guardiola se sienta agobiado por la intensidad de su trabajo, que le agoten las idioteces que rodean el deporte (ante todo, las infinitas polémicas arbitrales que tanto fascinan al pueblo español), o que quiera estar más tiempo con su familia.
La palabra indicada no es “locura”. La palabra es irresponsabilidad. Sí: i-rres-pon-sa-bi-li-dad. Que es de lo que sería culpable Guardiola si dejara ahora al Barça. Quizá no lo sepa, quizá no lo haya entendido, pero la decisión que debe tomar tiene una alta dimensión moral; como consecuencia de lo que ha logrado, tiene una responsabilidad grande con el mundo entero. O con el mundo futbolero, que es casi, casi, lo mismo.
Dicen que el Barcelona es “más que un club”. Bien. Pues nunca ha sido “más” que ahora. Nunca su impacto ha sido mayor en las vidas de más personas. El fútbol es alegría y consuelo. Alegría para todos y consuelo para los jodidos de la tierra. Debido a la difusión que tiene el deporte hoy, no ha habido nunca ningún equipo de fútbol que haya generado más alegría o más consuelo en más gente que este Barça, un equipo que sin Guardiola al mando, sin la química que genera y la inteligencia que infunde, sería indudablemente menos de lo que es.
La única persona en el mundo que no tiene claro, parece, su continuidad en el Barça es el propio Guardiola
Si Guardiola dudase del poder que tiene su Barça sobre el estado de ánimo de la especie, que se tome un par de semanas de vacaciones y haga un viaje relámpago por los seis continentes, pero quizá especialmente por países sufridos como Siria, Zimbabue, Sierra Leona, Congo o Haití y mida el entusiasmo que su equipo genera en gente de todas las edades, todos los colores, todas las religiones, todos los estratos sociales. O, más fácil, que repase desde su despacho los mil y un foros de la web y lea los mensajes de auténtico, sentido, regocijo que dieron la vuelta al mundo desde Melbourne hasta Madagascar, desde Buenos Aires hasta Vladivostok, durante la goleada de su equipo, el miércoles, y justo después.
No puede defraudar a semejante muchedumbre. Sería como la deserción de un soldado en una guerra justa; o como si Rick Blaine, el personaje que interpreta Humphrey Bogart en Casablanca, hubiera optado por la dicha personal a costa de la humanidad.
La permanencia de Pep Guardiola en el Barça representa algo mucho más grande que Pep Guardiola. Sí, habrá una cuota de sacrificio personal si se queda, seguro. Pero no arriesga ni la guerra, ni la cárcel ni su vida. Dormirá en su casa la mayoría de las noches. Y la satisfacción que le rinde el esfuerzo que invierte es colosal. Especialmente, si se pone a reflexionar sobre el impacto que tiene su labor en el mundo; el inmenso poder que posee para el bien.
Guardiola podría haber pensado que es una decisión personal la que tiene que tomar. Se equivoca. Es más. Mucho más. Está claro lo que tiene que hacer.

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