sábado, 1 de octubre de 2016



La izquierda estupefacta

                         

Mientras la izquierda discute, debate, se desgarra y se suicida, el PP envía tuits con un emoticono de palomitas

Joan Cañete Bayle/ Periodista/ El Periódico de Cataluña/
Sábado, 1 de octubre del 2016 

                       
La izquierda estupefacta
AFP / CESAR MANSO
 Pancartas de partidarios de Sánchez, ante la sede del PSOE.

                    

"¿Qué le pasa a la izquierda? ¿Qué nos pasa a los que creíamos en una izquierda progresista que luchaba para conseguir un país libre?" La pregunta, nada retórica, de Liz Sánchez, técnica de gestión en una empresa de telecomunicaciones de Barcelona, refleja a la perfección el estado de estupor con el que muchos ciudadanos han seguido esta semana el vodevil que ha ofrecido el PSOE, un partido que se declara socialdemócrata, de centro izquierda, con la S de socialista y la O de obrero en sus siglas.
El espectáculo socialista es de sonrojo, y viene después de dos elecciones en las que para sorpresa, indignación y pesadilla de muchos el PP continúa siendo el partido más votado y Podemos y su conglomerado de mareas y confluencias se han mostrado no solo incapaces de conquistar los cielos, sino de acordar a nivel interno una estrategia para lograrlo. "Y mientras, en mis oídos no paran de resonar las carcajadas de la derecha. No solo se les sigue votando, aunque sean corruptos, aunque hayan robado, aunque se queden dormidos en las sesiones del Congreso o el Senado y aunque mientan, sino que encima la oposición (esa izquierda que tenía que marcar la diferencia), se está destruyendo a sí misma sin ningún pudor ante sus todavía fieles votantes", escribe Liz.

VAYA SEMANITA

La semanita del PSOE ha sido sin duda el tema estrella en la conversación ciudadana de los últimos días. Más allá de si Pedro Sánchez o sus críticos concitan más o menos simpatía (pista: muchos ciudadanos que se consideran de izquierdas entienden muy bien que cuando un dirigente socialista dice "España necesita un Gobierno" lo que quiere decir es un Gobierno de Mariano Rajoy, y no les gusta) una idea subyace: el penoso espectáculo que ha deparado el PSOE y sus satélites políticos y mediáticos no es más que un paso más en la derrota sin paliativos de la izquierda ante la derecha en la Europa post-crisis, que ya empezó a gestarse aquel día en que José Luis Zapatero vino a decir que de forma seria solo se puede gobernar de una manera, y cambió a las ministras por señores sesudos, escaso cabello y mucho gris.. "Desde el estrecho de Messina (con las propuestas faraónicas de Renzi) a Ferraz y desde Ferraz a París corre un fantasma por nuestra vieja Europa.  Las estructuras que tantos triunfos cosecharon durante los años pasados ahora se han convertido en el retrato del proceso de decadencia que vive nuestro continente.  Ellos que encarnaron el símbolo del llamado Estado del Bienestar, ellos que debían placar el avance neoliberal, ellos son los que nos han traicionado", escribe Lluís Aguiló desde Palma de Mallorca.
El desplome del progresismo duele especialmente por las esperanzas depositadas por un amplio sector de la sociedad española de que a consecuencia de la crisis y después del renacer de una gran conciencia política y regeneradora de la política entre la ciudadanía había llegado el momento de llevar a cabo cambios profundos en el tejido no solo político, sino social y económico del país. Ante la crisis sistémica del modelo de la Transición (política, institucional, territorial, de ruptura de consensos económicos y sociales), muchos ciudadanos confiaban en que la regeneración vendría de la izquierda, que es la que demostraba más ímpetu en ello. Es cierto, muchos apenas consideraban izquierda al PSOE y sin duda no lo veían como regenerador, pero sí podía ser un socio necesario (de ahí la necesidad de un sorpasso). Pero ni victoria electoral, ni sorpasso y a este paso, ni PSOE.

EMOTICONO DE PALOMITAS

Y a cambio, una enorme crisis de identidad. Manuel Sánchez, profesor de Barberà del Vallès, escribe en una carta titulada 'La izquierda ya no existe': "La izquierda comunista o socialista ya no existe. Ha sido sustituida por el centro (PSOE, ERC...) por una parte; por otra, ha sido sustituida por la izquierda caviar (la 'gauche divine'). Ahora no importan las condiciones laborales de los trabajadores, ni la igualdad entre los ciudadanos, ni la fraternidad. Y del socialismo o comunismo ya ni se oye hablar. Ahora se trata de entretener al personal: quitar la estatua de Colón de Barcelona, cambiar el nombre de calles que sean monárquicos..." Una "izquierda falsa" ha ocupado el lugar de una "izquierda transformadora", remacha Manuel su carta.
Y mientras la izquierda discute, debate, se desgarra y se suicida, el PP envía tuits con un emoticono de palomitas. Eso sí, la crisis sistémica ahí sigue.





Encadenados a la ley

                       
Encadenados a la ley
MIGUEL LORENZO
Concentración en València de militantes y simpatizantes socialistas partidarios de Pedro Sánchez.


Albert Sáez/ Adjunto al director/ El Periódico de Cataluña/ Viernes, 30 de septiembre del 2016.

De lo más triste en el vodevil socialista de estos días es que el debate político quede reducido a un conflicto jurídico-legal. El envite final de Susana Díaz a su expatrocinado Pedro Sánchez se basa en una argucia reglamentaria: la disolución de la dirección por dimisión de la mitad de sus miembros. Tan enrevesado es el método que han llegado a pelearse por la opinión que tendrían los muertos. Además de triste, es sintomático de cómo la democracia en España lleva demasiado tiempo secuestrada por la ley. Vivimos las consecuencias de haber legitimado las leyes de una dictadura parangonándolas con las de la democracia. La obsesión por el mantenimiento del orden y la inoculación en la izquierda del miedo a ella misma con el fantasma guerracivilista han posibilitado que España sea el único país de Europa en el que nadie discute que la ley trajo la democracia, cosa que resulta directamente absurda en cualquier otro entorno. La democracia exige el cumplimento del Estado de derecho porque garantiza la legitimidad de las leyes pero la afirmación no se puede invertir. El Estado de derecho no garantiza el carácter democrático de las leyes.
El PP, como partido de los abogados del Estado y heredero de quienes no condenaron el franquismo, es el autor intelectual de esa subordinación de la democracia a la ley. Lo verdaderamente triste es que el socialismo se apunte a esa terrible idea. Una parte de la España que huye del bipartidismo elección tras elección lo hace precisamente por cosas como esa. La idea de la casta ha hecho mella por la sensación de que algunos podían hecerse las leyes a su medida, también en democracia. Esa es la única explicación a casos como el del Castor, del túnel del Pertús o las cláusulas abusivas. Convertir una crisis ideológica y organizativa en un litigio jurídico es simplemente una falta de respeto a la propia historia del PSOE, a sus militantes y al conjunto de los ciudadanos que lo consideran una pieza sustancial del sistema democrático. No son horas de reglamentos ni de contenciosos administrativos, es tiempo de política y de grandeza. 

viernes, 30 de septiembre de 2016



Una crisis de Estado

                         

La guerra socialista, el bloqueo de la investidura de Rajoy y la tensión con Catalunya abocan a España a un grave colapso institucional


Enric Hernández/ Director/ El Periódico de Cataluña/  Jueves, 29 de septiembre del 2016                  


España lleva un año sin un Gobierno con facultades constitucionales para gobernar y cuatro, inmersa en un conflicto creciente con las autoridades democráticamente elegidas por los catalanes. Estos dos factores bastarían, por sí mismos, para definir la actual situación como una crisis de Estado. Sumado el cisma del PSOE, hoy por hoy la única alternativa plausible al PP y clave para desbloquear la gobernabilidad, la amenaza de colapso institucional se divisa a la vuelta de la esquina.
La cuenta oficial del PP en Twitter viralizó en las redes la guerra del PSOE con un emoticono: «Palomitas.» Anécdota y síntoma: los populares asisten al circo socialista despreocupados por sus efectos de fondo, con la esperanza de que pronto les brinde la abstención que Mariano Rajoy precisa para ser investido.
Pero, de todo lo que está en juego, la permanencia de Rajoy en el poder o la celebración de unas terceras elecciones no es lo más importante. Lo es a buen seguro para el PP, y a corto plazo también para los españoles, pero las secuelas de la conflagración socialista trascenderán a las urgencias personales de sus protagonistas y beneficiarios. Es la viabilidad futura de la alternancia, sana e ineludible en democracia, lo que se dirime estos días en Ferraz y sus aledaños.
En realidad, el origen de los males socialistas no empieza con Pedro Sánchez; se remonta a los remotos años 90. El ocaso del felipismo desató unas hostilidades en el PSOE –guerristas y renovadores, ¿recuerdan?— que otorgó un poder arbitral a los virreyes territoriales. Gracias a la descentralización del Estado, los presidentes autonómicos socialistas gestionaban generosos presupuestos. Lo que significaba poder para tejer redes clientelares. Lo que equivalía a militantes que inclinaban la balanza en los congresos del PSOE.

EL REPARTO DE LA SOLIDARIDAD

Los 'tres tenores', Manuel Chaves, José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, articularon un potente lobi capaz de presionar a Felipe González para que no cediera a las autonomistas demandas de CiU. Toda ofrenda a Jordi Pujol era motivo de agravio para los barones meridionales, solo soslayable mediante la pertinente compensación. ¿El objetivo? Salvaguardar un reparto de la solidaridad entre territorios que perpetuase en los suyos unas prestaciones sociales y subsidios superiores a la media. Andalucía impone su ley: ese encubierto nacionalismo, y no el de Pasqual Maragall, es el verdadero 'federalismo asimétrico' que rige en el PSOE.
La caída de Alfonso Guerra primero, y luego de González, ungió a los barones como nuevos sumos pontífices del partido, armados y organizados para decapitar a un candidato elegido en primarias, como Josep Borrell, o si era preciso para precipitar la retirada de un presidente como José Luis Rodríguez Zapatero por temor a que perjudicase sus miopes intereses electorales.
Ahora los barones han concluido que para preservar su estatus territorial les resulta más práctico investir a Rajoy que apuntalar una alternativa al PP. De ahí que estigmaticen todo acercamiento del PSOE al independentismo catalán con más alharacas que el propio Rajoy, como ya hicieran con el IRPF de Pujol o con el Estatut de Maragall. Un 'cordón sanitario' que regala la hegemonía a los populares y brinda al soberanismo catalán la legitimidad moral no completada en las urnas, ahondando una crisis territorial originada en Catalunya pero que pone en un brete la estabilidad misma de España como socio fiable de la UE. Si las voces cantantes de ambos bandos quieren el conflicto, conflicto habrá.
Sánchez ha sido el último secretario general víctima de las confabulaciones territoriales del PSOE, si bien es cierto que, en su caso, en el pecado está la penitencia. Ahijado de la todopoderosa Susana Díaz en las primarias del 2014, ahora la madrina andaluza le dispensa su justo merecido por habérsele rebelado, a menudo con escaso tacto.

La dilución del PSOE agravaría el conflicto catalán y amenazaría la sana alternancia democrática

Para un PSOE en llamas, concurrir a otras generales en diciembre puede resultar tanto o más suicida como apuntalar a Rajoy en la Moncloa mediante la abstención, que acarrearía más claudicaciones cuando urja aprobar los presupuestos o los recortes sociales que imponga Bruselas. No hay mal menor. Sea cual sea, su haraquiri colectivo pasará factura a todo el sistema político. Sin una fuerza sólida en la izquierda que ejerza de puente entre las nacionalidades históricas y el Estado, o entre las clases populares y el 'establishment' de Madrid, la democracia española ya nunca será lo que era. O lo que debía haber sido. O lo que muchos soñaron que fuera.

jueves, 29 de septiembre de 2016


La guerra de las rosas

En el PSOE se está dirimiendo mucho más que el futuro de Sánchez, Díaz o el socialismo español: en esa batalla se contraponen dos visiones del papel que debe tener un partido socialdemócrata en el nuevo escenario político occidental
Llevaba tiempo en preparación, con intercambio ocasional de disparos, pero ayer se convirtió en una contienda abierta. Pedro Sánchez tomó la iniciativa convocando un debate interno en la forma de elecciones primarias y congreso del partido. Sus críticos, decía, no se atreverán a negarle la voz a la militancia. Éstos, por su lado, han decidido intentar tomar el control del partido desde arriba, basándose en la idea de que quizás los votantes más moderados tengan otras preferencias. Muchos retratan esta guerra como una mera lucha de poder vacía de contenido, pero pocas son las batallas por el control de un partido que no contraponen visiones de fondo; y no se conoce ningún conflicto de ideas que no conlleve la intención de un bando de imponer las suyas sobre las del rival. El poder y el proyecto van de la mano, y las dudas sobre el segundo suelen emerger cuando el espacio para disfrutar del primero se reduce. Como le sucede a un PSOE que encadena varias derrotas sin precedentes.

De esta manera, la guerra de las rosas dirime mucho más que el futuro de Sánchez, de Díaz, o incluso del socialismo español, pues en ella se contraponen dos visiones del papel que debe tener un partido socialdemócrata en el nuevo escenario político occidental. Escribía hace unos meses en estas mismas páginas que la formación parecía indecisa entre dos rutas: de un lado se encuentra la alternativa de colaborar con el centro y el centroderecha tradicional, o incluso ocuparlo, forjando un bloque por la estabilidad y las reformas comedidas. El primer ministro italiano Matteo Renzi representa ese camino. El contraargumento define también la vía opuesta: cualquier pacto con las élites es una traición, y por tanto el deber de la socialdemocracia es alejarse, no acercarse, al centroderecha. Hace pocos días, Jeremy Corbyn salía triunfante de su propia guerra interna, en la que también ha empleado a la militancia más movilizada como muro de contención contra los moderados (que otros llamarían establishment) del laborismo. La vía central, una en la que el socialismo se recicla para proponer nuevas coaliciones entre ganadores y perdedores de la evolución económica de los últimos años, permanece inexplorada. Y Pedro Sánchez ha decidido ir a la guerra con la estrategia de Corbyn.

La alternativa de Ferraz impide facilitar una investidura de Rajoy independientemente de las veces que el país acuda a las urnas. Para ello, se ha apoyado en la porción más movilizada de la militancia. Por eso, la cúpula solo se ha movido de su segundo plano cuando ha considerado que está dispuesta a asumir explicar a las bases por qué se hace lo contrario de lo que quieren. El argumento, según ellos, es sencillo: seguir sin Gobierno deja España en una situación de bloqueo inaceptable. No es distinto del esgrimido por el resto de partidarios de las grandes coaliciones en los países del norte de Europa. Lo que omiten es que este coste en estabilidad a corto plazo se ve compensado por el beneficio de escuchar a quien pide cambio, manteniendo el sentimiento antiestablishment a raya. La experiencia en esos mismos países apunta a que cualquier unión entre el centroizquierda y el centroderecha no hace sino alimentar las pulsiones extremas en ambos lados del espectro.

Si se emprende un viaje al centro, se desdibuja la redistribución y potencia a sus rivales antielitistas

Los nuevos partidos contienen esa intención de asalto al poder tanto como representa un deseo de modificación profunda en las politicas y en las instituciones. Fomentar lo segundo sin dejar espacio a lo primero es el gran reto de la vieja izquierda, y la vía de concentración no lo facilita.
Es por eso que es esta una guerra que no acaba aquí, ni dentro de nuestras fronteras, sino que se libra en la esfera continental: los distintos partidos socialdemócratas del continente vienen tomando posiciones desde hace años. Impulsados por convicciones ideológicas o por necesidades de competición electoral, la socialdemocracia europea en pleno enfrenta el mismo dilema: estabilidad o cambio. El viaje hacia el centro, que ha sido su ruta más habitual en las últimas décadas, no resulta hoy muy atractivo. La ausencia de un crecimiento ecónomico sólido y, sobre todo, repartido de manera equitativa debilita los argumentos de quienes propongan profundizar en el capitalismo, así sea con un corte social: para qué, pensarán muchos votantes, si ya no salimos ganando con el sistema actual. Ante semejantes situaciones de crisis estructural los socialdemócratas se han caracterizado por proponer nuevos proyectos que retejiesen la relación entre Estado y mercado. Pero hoy día carecen por completo de uno. O, mejor dicho, han renunciado a él.

Cuando el movimiento es hacia la izquierda, se puede terminar por dar alas al conservadurismo


En realidad, la ruta de la innovación ya ha sido señalada por otros: reformas estructurales a cambio de amplio estímulo fiscal con universalización y mejora de las coberturas, a pagar por el capital y por las clases medias y altas, en una combinación que permita afrontar los retos que plantea la globalización y la tecnificación del mundo del trabajo, impulsando al mismo tiempo la plena igualdad de la mujer en el terreno económico y social. El relato está ahí, pero la clave es que ya no funciona a nivel estatal. En una Europa dividida entre acreedores y deudores, la única manera de llevar adelante un nuevo proyecto de crecimiento inclusivo es con un pacto entre los primeros y los segundos. Pero los socialdemócratas europeos llevan años atrapados en la separación progresiva de ambos mundos, de manera que Alemania cada vez está más lejos de Grecia, y Holanda, de España. Ahora, con un espacio electoral mucho más reducido en sus plazas nacionales, el centroizquierda se afana en buscar maneras más simples de sobrevivir. Llegó su hora de administrar la miseria.
La guerra de las rosas del PSOE no es más que un episodio de esta gran contienda. Si finalmente se emprende un viaje al centro, se desdibuja la redistribución y potencia a sus rivales anti-elitistas. Pero si el movimiento acaba siendo hacia la izquierda sin matices, se habrá producido un equilibrio inestable de futuro incierto, que posiblemente dará alas al conservadurismo. La integración europea, única respuesta al entuerto, se ha quedado así huérfana de la atención que merece. Salvo por aquellos que, por supuesto, están contentos de tenerla toda para ellos, como chivo expiatorio perfecto. Resultaría triste, y paradójico, que Europa muriese por la cobardía de quienes en el pasado crecieron bajo su manto, pero hoy no se atreven a defenderla. Así les vaya la vida en ello.

Jorge Galindo es sociólogo y candidato doctoral en el departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra.

miércoles, 28 de septiembre de 2016


Salarios para crecer

Draghi defiende subidas de rentas contra la deflación; también actuarían como estímulo de la demanda

Mario Draghi, presidente del BCE FRANCE PRESS
Cada día que pasa es más evidente que la política monetaria es insuficiente para superar la situación de semiestancamiento que está sufriendo la economía europea. Y como la política presupestaria está fuertemente condicionada por las exigencias drásticas (y erróneas) de austeridad, el presidente del Banco Central Europeo (BCE) sugirió ayer en la Eurocámara que “ha llegado la hora de subir los salarios”. La declaración de Draghi está causada por la persistencia de una deflación que resiste las medidas de heterodoxia monetaria; pero hay más razones para sostener que su apelación es correcta.

En Europa, los salarios han crecido durante todo el periodo de crisis muy por debajo de la productividad; y son un factor importante en el crecimiento de la desigualdad. Dicho de otra forma, recuperar la senda de crecimiento de los sueldos, de forma acompasada con las recuperaciones de beneficios en aquellos sectores que lo permitan, transmitiría el mensaje de que la crisis financiera de 2007 no tendrá como efecto permanente un crecimiento sostenido de la desigualdad.

Por otra parte, el aumento salarial es un medio de apuntalar las débiles fases de crecimiento que apuntan en algunos países europeos (entre ellos, España). Si no es posible una política de estímulos presupuestarios en cada país y la política monetaria no consigue incentivar la inversión (ni combatir el riesgo deflacionista o la baja inflación), la única fórmula que puede influir en la demanda es el gasto privado.
La apreciación de Draghi es correcta; probablemente, tardía. Además de los argumentos estrictamente técnicos, la estabilidad social se funda en la creencia de que exige una política de justicia redistributiva inherente al funcionamiento de los mercados. En este caso, los intereses del BCE en corregir la deflación coinciden con la necesidad de impulsar la economía y recuperar el gasto de las familias aumentando su renta salarial.

domingo, 25 de septiembre de 2016


Misterios y problemas

La historia de los humanos es larga (de siete millones de años) y compleja, muy ramificada, con muchos vericuetos en todo el ancho mundo
Cada cierto tiempo (cada vez con más frecuencia, esa es la verdad), aparece en los medios de comunicación la noticia de un descubrimiento del que se pregona que lo va a cambiar todo. Luego va uno al artículo original en la revista científica de turno y resulta que las pretensiones son mucho menores. No se dice allí que se haya producido una revolución científica, sino que se comunica una información que se considera relevante para el progreso del conocimiento. Lo que tampoco está nada mal, pero en realidad es a lo que aspiran todos los trabajos que se publican, a aportar algo nuevo. Tantas veces se repite en los medios de difusión aquello del “hallazgo revolucionario que obliga a reescribir la historia”, que me temo que el público va a llegar a creer que se sabe muy poco del tema de la evolución humana. De otro modo la historia no cambiaría cada dos por tres. Y no es eso, sino todo lo contrario. A grandes rasgos, el esquema general de la evolución humana puede considerarse bien establecido. Falta mucho, claro está, porque es una historia larga (de siete millones de años) y compleja, es decir, muy ramificada, con muchos vericuetos en todo el ancho mundo.
La semana pasada se celebró en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares el congreso anual de la sociedad europea para el estudio de la evolución humana, que es la más importante del mundo. Una buena ocasión para ver por dónde se orientan las investigaciones en este campo.

De los primeros antepasados, los de hace más de cuatro millones de años, no hay grandes novedades. Estamos esperando como agua de mayo nuevos hallazgos de fósiles, pero estos se hacen mucho de rogar. Así que todavía sabemos poco de cómo eran aquellos africanos de los que venimos. Arbóreos y habitantes de la selva húmeda, sin duda. Y solo ocasionalmente bípedos cuando se movían por el suelo, por lo que parece. Con los australopitecos empieza la marcha plenamente erguida, hace poco más de cuatro millones de años. De los australopitecos se habló mucho, porque hay suficiente material para abordar toda la gama de investigaciones paleoantropológicas, desde la ecología y la alimentación hasta el parto.

Otra historia diferente es cuándo empezó la talla de la piedra, y quién (qué especie) lo hizo. Para ello hay que identificar y datar las primeras herramientas, y sobre este tema hay mucho debate. ¿Fueron los australopitecos los fabricantes iniciales o fue el Homo habilis? El propio origen del primer Homo es también tema de discusión. ¿De qué australopiteco viene? ¿Dónde se originó?
Los neandertales nos fascinan por la posibilidad de que fueran conscientes y simbólicos. Como nosotros
Muchas más cosas se debatieron, de las que no tengo espacio para hacer una crónica detallada. Pero, por supuesto, los neandertales siguen siendo los grandes protagonistas. ¿Qué tendrán, que nos fascinan de tal manera? Además de conocer mejor su anatomía, nos importa su mente, y nos inquieta (o excita) la posibilidad de que fueran conscientes y simbólicos. Como nosotros.
Hay dos grandes novedades en los últimos años en las reuniones de paleoantropólogos. Una es el uso de las técnicas digitales de tratamiento de la información anatómica. Me explico. Lo que procede ahora con un fósil es hacerle un TAC y estudiarlo en el ordenador, por dentro y por fuera, así como compararlo con otros fósiles por medio de técnicas de morfometría geométrica, que eliminan las diferencias de tamaño y superponen los fósiles entre sí para apreciar las diferencias de forma. Hoy en día casi no se puede ser paleoantropólogo sin dominar estas herramientas informáticas.
Pero lo más sorprendente es la llegada de nuevos actores al escenario. Me estoy refiriendo a los investigadores de la genética de los fósiles, que tanto han aportado últimamente al conocimiento de aquellos tiempos en los que nuestros antepasados salieron de África, se extendieron por Eurasia y ahí se encontraron (y en pequeña escala, se mezclaron) con al menos tres Humanidades locales: los neandertales —viejos conocidos—, los denisovanos —aún sin rostro—, y un tercer ser humano —todavía sin rostro, ni nombre—. Sin ir más lejos, ahora sabemos que la mayoría de los españoles llevamos sangre neandertal en las venas (un 2%, más o menos, de nuestro material genético).
Ya sé que se estarán preguntando por el Hombre de Flores. Todavía nos estamos recuperando de la sorpresa de su descubrimiento. Sigue sin conseguirse material genético (hace demasiado calor en la zona como para que se conserve). Pero hay un dato nuevo. Los restos conocidos son más viejos de lo que se pensaba y superan algo los 40.000 años. Por aquel entonces debió de llegar el Homo sapiens a la isla. Desde entonces se le pierde el rastro fósil a varias especies locales, entre ellas nuestro misterioso “hobbit”.

Juan Luis Arsuaga es catedrático en paleontología de la universidad Complutense, director científico del Museo de la Evolución Humana, y autor, entre otras obras, de El sello indeleble.

CONTRATOS TEMPORALES Y TRIBUNAL DE JUSTICIA EUROPEO: HABLA JOAQUIN APARICIO

Del blog de Antonio Baylos




Enredos en la familia

La evolución humana ya no se explica como una simple cadena lineal de eslabones perdidos. La ciencia nos revela un entramado más complejo de elementos, con una mayor diversidad entre 


Hace ya siete años que celebramos el 150º aniversario de la publicación de El origen de las especies, el libro que fundó la biología moderna y la obra de Darwin más importante para los científicos profesionales. Pero aún nos quedan cinco años para celebrar el 150º aniversario de otro libro de Darwin que seguramente es mucho más importante para las ciencias sociales, las humanidades y la cultura en general, El origen del hombre. Porque fue aquí, 12 años después, donde Darwin desarrolló el corolario más escandaloso y rompedor de la teoría de la evolución: que nuestra especie no tiene nada de especial, nada que la distinga del gran esquema de las cosas biológicas, ni ninguna relación trascendente con la divinidad, sino que es una mera variación de nuestros primos los monos, nuestros primos segundos los mamíferos, y de todas las especies que pueblan este planeta viejo y solitario, nuestro barrio del cosmos.

Curiosamente, y sin que lo supiera Darwin, la primera evidencia de una especie humana primitiva y extinta se había descubierto tres años antes de la publicación de El origen de las especies. El 9 de septiembre de 1856, una cuadrilla de obreros que excavaba cerca de Düsseldorf extrajo de una cueva 16 huesos fosilizados. Pensaron que eran de un oso, pero tuvieron el atino de llevárselos al maestro de un pueblo cercano por si fueran de alguna utilidad para la ciencia. Y vaya si lo fueron. El maestro, llamado Johann Carl Fuhlrott, percibió que los huesos “eran muy antiguos y pertenecían a un ser humano muy diferente del hombre contemporáneo”. Había descubierto al hombre de Neandertal.
El siglo XX contempló episodios gloriosos en la búsqueda del eslabón perdido, o los estadios intermedios en la evolución de nuestra especie a partir de sus ancestros simiescos. Y produjo una narración entrañable de elevación progresiva a los cielos de la consciencia, la inteligencia y la trascendencia moral que se nos suponen.
Pasando a limpio una crónica algo más farragosa, la sucesión de eslabones perdidos quedó más o menos así: hace seis millones de años éramos lo mismo que los chimpancés; hace cuatro millones, evolucionaron los australopitecos (como Lucy), ya bípedos pero todavía con un cerebro de medio litro; hace dos millones apareció el Homo erectus, que había duplicado su tamaño craneal hasta un litro, usaba herramientas y fue la primera especie humana en abandonar África; y nuestra especie, el Homo sapiens, se revelaba como una recién llegada a la gran historia del planeta, con poco más de 100.000 años, casi un litro y medio de cráneo y caracterizada desde sus inicios por herramientas avanzadas y una cultura no solo innovadora, sino también variable y creativa, cuya representación gráfica inmejorable son las pinturas rupestres de Altamira y Lascaux.

Casi un siglo y medio después de la publicación de 'El origen del hombre' las tesis de Darwin quedan superadas por la genómica y las excavaciones 

La ciencia no solo aspira a describir la realidad — esa es la parte aburrida—, sino también a entenderla. La esperanza de un investigador es que, a medida que se obtienen más datos y se afinan las teorías, empiece a vislumbrarse un modelo del mundo cada vez más simple y comprensible. Por desgracia, este no ha sido el caso de la investigación de la evolución humana en las últimas décadas, y las cosas no han hecho más que complicarse aún más en los últimos años. Las excavaciones paleontológicas —de Sudáfrica a Atapuerca— y los espectaculares avances de la genómica han enmarañado el cuadro de manera sustancial. Pero ese es el mensaje que nos transmite la realidad. La simplicidad y el entendimiento profundo tendrán que esperar.
Un ejemplo perfecto de complicación inesperada es el hobbit (Homo floresiensis), descubierto en 2004 en la isla de Flores, un reducto poco explorado del sur de Indonesia. Con un metro de estatura y la capacidad craneal de un australopiteco o un chimpancé, pero lo bastante inteligente como para manejar herramientas de piedra y, tal vez, haber llegado navegando a la isla, el hombre de Flores —que en realidad era una mujer— vivió hasta hace solo 18.000 años, y por tanto había coexistido con nuestra especie durante 20 milenios. El hobbit encajaba en nuestro modelo de la evolución humana tanto como un burro en un garaje. Y, de hecho, fue recibido con mucha resistencia por la comunidad paleontológica.
En el siglo XIX, cuando Fuhlrott descubrió al hombre de Neandertal, se encontró con una resistencia parecida. El gran Rudolf Virchow, padre de la teoría celular que constituyó la primera gran unificación de la biología (“Omnis cellula e cellula”, toda célula proviene de otra), se pegó el gran batacazo de su carrera al dictaminar que los restos estudiados por Fuhl­rott pertenecían en realidad a un “idiota con artrosis”. Puesto que la evolución no se aceptaba en la época, el mero hecho de que hubiera existido una especie humana primitiva le parecía un disparate. Como les ha pasado a muchos sabios antes y después, Virchow se mostró refractario a las evidencias.
La historia se ha repetido con el hobbit, en una especie de homenaje paradójico al planchazo de Virchow. Un grupo de paleontólogos defendieron desde el principio que se trataba de una mujer con microcefalia. Las investigaciones recientes, sin embargo, confirman que el cráneo de Flores es una versión miniaturizada del típico del género Homo, al que pertenecemos los Homo erectus y nosotros. Los científicos no saben si el hobbit ya era pequeño cuando llegó a la isla o se miniaturizó después de llegar allí, como ciertamente le ocurrió a un elefante enano que también vivía ahí. Los últimos datos apuntan a lo segundo, aunque sin encontrar más cráneos la cuestión seguirá abierta.
Tras el “idiota con artrosis” de Virchow y la mujer microcefalica de Flores, viene al pelo una cita de Darwin: “La ignorancia suele engendrar más confianza que el conocimiento: son quienes conocen poco, no los que conocen mucho, quienes aseveran de forma tajante que ni tal ni cual problema serán jamás resueltos por la ciencia”. Darwin lo escribió en El origen del hombre, preparándose para la que sin duda se le vendría encima. Pero la cita es aplicable a las resistencias científicas que encontraron el neandertal y el hobbit.

Los europeos actuales llevan tramos de ADN neandertal y los asiáticos llevan tramos de ADN denisovano

El neandertal y el hobbit comparten otra cualidad: no son ancestros nuestros, sino ramificaciones independientes de la nuestra. Son la primera indicación —y de ningún modo la última, como veremos— de que la evolución humana no tiene la forma de una cadena lineal, con un eslabón tras otro ascendiendo la escalera al cielo. Su forma es más bien la de un arbusto, con una variedad de ramas aquí y allá, con diversificaciones locales, salidas en falso, callejones sin salida y extinciones frecuentes. Tan frecuentes que, de hecho, ahora solo quedamos nosotros.
El truco para aceptar esta teoría sin escándalo es percibir que esa forma de arbusto no es ninguna peculiaridad de la evolución humana. Más bien es la forma general de los procesos evolutivos. Esta es una idea a la que dedicó media vida el evolucionista neoyorquino Stephen Jay Gould, muerto en 2002. Darwin insistió en el carácter gradual de la evolución inspirado por su mentor, Charles Lyell, cuya geología era estrictamente gradual para huir de los diluvios universales de la religión y el catastrofismo de la cultura popular. Pero la historia geológica del planeta solo es gradual en tiempos de bonanza, y aparece puntuada por cambios bruscos del entorno, movimientos tectónicos, orgías volcánicas, sequías desastrosas y hasta impactos de asteroides gigantescos. La vida intenta adaptarse como puede: por eso seguimos aquí tras 4.000 millones de años.
Un segundo aspecto esencial es que no toda la evolución humana ha ocurrido en África, contra lo que creíamos hace poco. El hombre de Atapuerca u Homo antecessor, descubierto en el inmenso yacimiento paleontológico burgalés, es seguramente un buen ejemplo. Arsuaga y sus colegas lo llamaron preneandertal porque tiene todos los signos de estar evolucionando hacia los rasgos típicos de los neandertales, y los preceden en el tiempo geológico por unos cientos de miles de años. Es probable por tanto que los neandertales evolucionaran en Europa, y no salieran ya formados de África.
De hecho, la genómica aporta evidencias incuestionables de ciertas formas de evolución fuera de África. La lectura del ADN antiguo ha avanzado hasta tal punto que ya es capaz de descubrir una nueva especie a partir de una falange de un dedo. Así se descubrió hace unos años a los denisovanos, una especie coetánea de los neandertales, pero distinta de ellos y que habitaba más bien en Asia que en Europa. Y, de hecho, los europeos actuales llevan tramos de ADN neandertal; y los asiáticos y habitantes de las islas del Pacífico llevan tramos de ADN denisovano.
Cuando nuestros ancestros sapiens salieron de África, hace algo más de 50.000 años, esas dos especies antiguas ya llevaban cientos de miles de años adaptándose a las circunstancias ambientales de Eurasia. Y los recién llegados se beneficiaron de esos genes adaptados por una conocida vía de evolución rápida. Se llama sexo.
En fin, una historia más complicada de lo esperado, pero también más interesante, ¿no es cierto?