lunes, 10 de marzo de 2014



Contra fútbol

Por Manuel Alcaraz | El fútbol, como una invasión sádica y capilar, se va adentrando en nuestros relojes, pantallas, ondas y letras, para sustituir, quizá, otros padecimientos.
 
| Manuel Alcaraz Ramos | 07 Marzo 2014 
                               
                                
                         
El entrenador de la selección española de fútbol, Vicente del Bosque.
El entrenador de la selección española de fútbol, Vicente del Bosque.
 
El día en que escribo esto escucho, duchándome, que faltan cien días para que dé comienzo el Mundial de Fútbol. Trato de encajarlo como una penitencia propia de este tiempo cuaresmal, mas no soy capaz de resignarme suficientemente. Hace varias jornadas que vengo escuchando una suerte de Himno a La Roja que alguien ha inventado con el firme propósito, a la vez, de suplir la carencia de letra del Himno español y de poner a prueba la imbecilidad del pueblo español en tiempos de miseria económica e intelectual. Por todas partes los signos de los tiempos nos aterran: el fútbol, como una invasión sádica y capilar, se va adentrando en nuestros relojes, pantallas, ondas y letras, para sustituir, quizá, otros padecimientos y, al hacerlo, agravar nuestras desdichas.
Pasa por Alicante el Jefe de la Liga de Fútbol Profesional, sátrapa muy bien pagado con los chanchullos que cada año conocemos, y afirma que ha firmado, con casi todos los Presidentes del Fútbol hispano, para que indulten a Del Nido, al que considera culpable y bien penado… pero lo hace por sus hijos y porque es buena persona y eso. A este hombre le nombran Director General de Instituciones Penitenciarias y acaba con la sobrepoblación carcelaria. Mientras, el Secretario de Estado del Deporte, con un par de pelotas, absuelve magnánimamente al Barcelona de sus posibles culpas, que además de preclaro gestor deportivo es patriota consumado y ha dado en pensar que invadiendo –él, Poder Ejecutivo- el ámbito del Poder Judicial, los catalanes dejarán de pedir la independencia. Que es lo que tienen muchos deportistas enaltecidos, que piensan que los demás son tan leves como ellos mismos. Y en puertas del amistoso contra Italia –a quien “hemos” ganado-, se celebró un funeral por el alma de Luis Aragonés, en la Catedral Castrense, pues el fútbol es la guerra por otros medios y todo aquél que fue famoso futbolista muere siempre en acto de servicio. Por España, todo por España. Y por España oigo una y otra vez a Del Bosque, persona a la que tengo en auténtica alta estima, tirar balones fuera ante cada pregunta de los omnipresentes especialistas en la Selección que se salga del guión estricto de sus funciones. Que se ve que el Seleccionador Nacional, como ese advenedizo, el Rey, no puede opinar de nada, no sea que se equivoque.

Todo esto son anécdotas, se me dirá. Vale, lo son, pero puesta una detrás de otra, calculado su coste monetario y advertida su penetración social, me siento aturdido y asustado. Y es que el fútbol, los programas del corazón y la adolescencia perpetua que nos provocan las utilidades de la telefonía móvil, quizá sean los referentes culturales principales de nuestra época y organizan y difunden visiones del mundo, enfoques de la realidad, que sirven para configurar parcelas de conformismo, insolidaridad y trivialidad. La primera de ellas el penetrante discurso de que el fútbol nos consuela de la crisis. Eso se llama conformismo y sólo puede favorecer a los que se benefician de la crisis, entre los que, me temo, hay algunos mandamases futbolísticos. Más valdría hacer examen de conciencia de cómo el “gran fútbol” ayudó al endeudamiento de ciudades, a la malversación urbanística, al trato de favor y al tráfico de influencia en los palcos. Cuando la economía resplandecía, los mismos que ahora esgrimen la consolación, advertían que los euros servían para hacer la mejor liga del mundo y que viva el despilfarro. Por otra parte, a los consabidos y oficiales valores del juego en equipo, limpio, etc. se le sobrepone una realidad que se encarna en un mensaje reiteradamente mandado a los chavales –que cada año han de tener la última y carísima camiseta de su equipo, y el que no pueda comprársela en el país de los casi 5 millones de parados, pues que se joda, nene, que así están las cosas-, el mensaje de que lo importante es ganar y que eso de participar es una tontería propia de perdedores. Todos tienen que ser Messi o Ronaldo, unos capitanes generales. ¿Qué es eso de disfrutar con el juego? Por eso se justifica la agresividad, los insultos al árbitro y la trampa. ¿Hay mucha diferencia entre esto y las críticas que se hacen a la política? Me quedo con los políticos, son mucho más nobles. Y alguno se queda con dinero, sí. Pero mucho menos que los futbolistas y entrenadores de alto copete que, además, traicionarán a su equipo si viene otro con un buen fajo de divisas. Si un político hiciera eso diciendo que él es un profesional, lo colgaríamos de las farolas de los estadios, que tanta luz derrochan para que las televisiones puedan ampliar sus negocios publicitarios.
Ya ve usted, de los nervios estoy ante la perspectiva de lo que se nos viene encima: espacios deportivos a todas horas, entronización de las absurdas no-declaraciones de los deportistas de relumbrón, canciones pegadizas, tópicas alusiones a nuestras virtudes nacionales mezcladas con un aroma añejo de sudor y linimento, entusiasmo subliminal por una hombría rayana en la misoginia. Fútbol a medio camino entre el ejército y la religión. Imagínese. Y a mí me gusta el fútbol. Pues figúrese lo que tiene que ser el espeso silencio de millones de personas que no entienden lo que es un fuera de juego ni saben cómo se llamaba aquél portero tan famoso que despejaba con el codo. En el sopor de la exaltación futbolística-patriótica que nos aguarda esos millones de personas lo van a pasar mal: ciudadanos aburridos, ciudadanos cautivos de un país histérico, con la felicidad programada.
En una ocasión Valdano dijo que el fútbol es lo más importante de lo que no es importante. No estoy seguro de estar de acuerdo, pero me conformo con eso. Lo malo es que gentes sin otros estímulos vitales, aprovechados y buitres, inanes mentales, políticos oportunistas y algunos directores de medios de comunicación, consideran que, en aras de la paz social o/y del negocio, el fútbol es lo más importante de lo más importante. ¡Por Dios: piedad! Y que, en fin, eliminen a España a las primeras de cambio o que gane el Mundial. Cualquier otra cosa nos podría conducir al suicidio. ¡Viva España! ¡Viva el fútbol y muera el mal gobierno!