sábado, 2 de octubre de 2010

José Ángel Ezcurra, director y fundador de 'Triunfo'

La revista fue referente de la cultura y política progresistas en el franquismo

JUAN CRUZ -el PAÍS-02/10/2010
 
José Ángel Ezcurra, director y fundador de Triunfo, tenía 89 años cuando murió ayer en Madrid; hace dos, cuando recibió en su despachito de la plaza del Valle de Suchil, donde estuvo la revista que dirigió desde 1946, a quien fuera su redactor jefe, Víctor Márquez Reviriego, y a este cronista, estaba en pleno uso de su entusiasmo, que fue la característica más notable de su personalidad. Hacía mucho tiempo que había dejado de existir la revista más influyente de la izquierda cultural y política española, que cesó en 1982, poco antes de que los socialistas llegaran al poder. Pero Ezcurra, alicantino de Orihuela, se resistía a dejarla morir del todo. Hasta el último aliento.
      La dictadura la trató a patadas, pero se rodeó de resistentes, como Haro Tecglen
      Triunfo fue una creación suya, con el apoyo de su padre; empezó a funcionar como revista de cine y otras variedades en 1946; y en 1962, este hombre de raíz y parentescos conservadores decidió ponerla al servicio de una España que entonces se hallaba en lo más oscuro del franquismo. La dictadura la trató a las patadas, como dicen en México, pero Ezcurra se rodeó de resistentes; tuvo a su lado, y con él hizo un tándem raro pero ejemplar, a Eduardo Haro Tecglen, que fue el subdirector en quien recayeron tantos encargos como seudónimos tuvo. Ezcurra aceptó el reto de los tiempos, y la revista fue adquiriendo un volumen de lectores y una significación que la fueron convirtiendo en una referencia ineludible de la cultura y de la política progresista.
      Ezcurra tuvo la inteligencia de hacerse antena de aquel progresismo que, como decía uno de sus más prestigiosos colaboradores, Manuel Vázquez Montalbán, vivía mejor contra Franco. Vázquez Montalbán, el ya citado Víctor Márquez, los jóvenes de entonces, Diego Galán y Fernando Lara, César Alonso de los Ríos (que se escindió para formar La Calle, para gran disgusto de Ezcurra, cuando ya Triunfo estaba en sus últimos tiempos), Nicolás Sartorius, Javier Alfaya, José Monleón, Eduardo G. Rico, Joaquín Rábago, Ramón Chao, Luis Carandell, Chumy Chúmez, Montserrat Roig, José-Miguel Ullán, Fernando Savater, Santiago Roldán, José Luis García Sánchez, Juan Cueto, José Luis Abellán, Ian Gibson, Manuel Vicent, Castaño, Cristina y José Ramón Rubio... La nómina de los que firmaron en Triunfo, en los tiempos oscuros del franquismo, y en los tiempos en los que la revista se fue oscureciendo, era un mérito de Triunfo, pero sobre todo era un mérito de Ezcurra. Los aceptaba a todos, a todos los estimuló cuando aún esos nombres eran el inicio de una historia particular o colectiva.
      Los que íbamos a la revista lo sabíamos, pero Ezcurra lo decía poco. Él dejaba que los méritos se repartieran; cuando la revista ya constituía un referente y, en cierto modo, una amenaza intelectual y política para el régimen cerrado de Franco, Triunfo parecía un colectivo, cuyas individualidades bien destacadas (Haro, Carandell, Vázquez Montalbán...) descollaban como escritores de primera línea. Pero se sabía que sin la parsimonia elegante, discreta, entonces un poco distante, de Ezcurra, aquel edificio simbólico del antifranquismo se hubiera derrumbado.
      Se derrumbó, es cierto. Hubo un instante en que las dentelladas del tiempo, los nuevos medios (entre ellos, este mismo periódico), sustituyeron de manera nítida el mensaje cultural y político que Triunfo venía manteniendo; sucedió lo mismo con Cuadernos para el Diálogo, y pasó igual con el primitivo Cambio 16. Ya no parecía que era tiempo para revistas; hubo varios secuestros de la publicación, en los estertores del franquismo; se produjo, como decía Ezcurra, "una férrea censura que fue culpable de que nuestro pueblo llegara a olvidar su propia historia", y contra ese muro fue contra el que batalló Triunfo, contra la mojigatería primero y luego con la oposición tenaz de Fraga Iribarne, cuya ley de Prensa, dijo Ezcurra, "pregonaba 'el fin de la censura previa' (...) auténtico fraude político enmascarado con una prosa jurídica formalmente moderada que no le impidió reformar el Código Penal para radicalizar la represión hasta extremos inusitados".



      La publicación que luchó por la libertad desapareció por la ley del mercado



      Triunfo era un espíritu, en realidad; cuando ese espíritu ya pudo expresarse libremente, Ezcurra no quiso tirar la toalla; siguió disparando desde la revista, la hizo más cultural, más centrada en el vislumbre de los acontecimientos del futuro; se planteaba, con la complicidad de colaboradores tan lúcidos como Juan Cueto, el fin de la cultura tal como la conocíamos; el último número, que apareció en 1982, cuando ya la revista era mensual, abordaba precisamente el futuro de la cultura. Un futuro que, para su melancolía, se tragaba su publicación quizá antes de que hubiera rendido sus últimos servicios de reflexión y de análisis. Le dio rabia a Ezcurra. Dijo, cuando la revista entró en la hemeroteca digital, aventura que le tenía fascinado: "(...) En aquella confusa e irreflexiva época de balbuciente democracia con profusión de partidos políticos a la caza de poltronas en el Congreso y en el Senado, la revista inició su declive porque buena parte de sus leales olvidaron a Triunfo y sus méritos". Eso le obsesionó, y fue esa obsesión la que marcó su reivindicación de la historia de Triunfo. El entusiasmo con que abordó esa tarea contra el olvido queda sintetizada en esta otra consideración: "(...) La revista sufrió una caída ya imparable que le condujo en 1982 a un final paradójico y desolador: la publicación que más había luchado y padecido en España por la libertad y la democracia, desaparecida a manos de la ley del mercado tres meses antes de que la izquierda de entonces llegara con mayoría absoluta al poder".
      Tenía derecho a la melancolía. La combatió creando, desde aquel despacho que le dejaban sus hijos (que siguen en la industria editorial que abrieron su padre y su abuelo) en la plaza del Conde del Valle de Suchil, una asociación de amigos de Triunfo; impulsó reuniones, algunas muy serias, otras bien festivas (invitó a todos los colaboradores antiguos a un cocido, en 2007, preludio, creía él, de un clima que ya no se pudo prolongar; los tiempos son asesinos), y en definitiva cargó con una historia que le hizo feliz, a pesar de la amargura que marcó para él el fin de Triunfo. Era martillo de los olvidadizos, aquellos de nosotros que habláramos de cualquier historia en la que Triunfo debía aparecer como referencia; recordaba a cado rato episodios en los que, en efecto, la revista ayudó a que la nuestra fuera una historia mejor. Y se convirtió, en cierto modo, en el único verdadero redactor restante de Triunfo, que seguía escribiendo en el aire la memoria de la revista que él hizo con la idea de ofrecerla como plataforma para unos enloquecidos jóvenes que creían, con el apoyo y liderazgo de algunos veteranos, que, en efecto, se podía arrancar la playa debajo de los adoquines.
      Tenía casi 90 años cuando le vimos Víctor y yo mismo en aquel despachito oscurecido pero luminoso, donde guardaba todos y cada uno de los ejemplares de aquel tiempo que se constituyó alrededor del Triunfo inolvidable de Ezcurra, de Haro, de Carandell, de Vázquez Montalbán..., de todos y cada uno de los que él te señalaba con el dedo como si hubieran formado parte de la misma foto: eran todos ellos antiguos alumnos de una escuela que él dirigió como si no se le oyera.

       

      jueves, 30 de septiembre de 2010

      Del conflicto a la solución negociada

      ANTONIO GUTIÉRREZ VEGARA-EL PAÍS- 30/09/2010
      El éxito de una huelga empieza a medirse con su amplitud, que evidencia el conflicto social que motivó su convocatoria, pero culmina cuando se alcanzan soluciones negociadas entre las partes en conflicto. Es decir, el riesgo mayor siempre lo corre quien tiene que remover una injusticia enfrentándose a ella, mientras que su triunfo solo lo será si puede compartirlo con quien provocó la desavenencia; y si la huelga ha sido general, los beneficiarios de su éxito final terminarán siendo casi todos, incluidos muchos de sus detractores. Esta es, muy resumidamente, la historia de todas las huelgas y esperemos que también lo sea de la de ayer. De momento ya se ha constatado la primera premisa, puesto que con el respaldo obtenido, CC OO y UGT han demostrado la razón que les asistió al convocarla; mal que les pese a los que se deslizaron las vísperas del 29-S del análisis político, que requiere de datos reales, al psicoanálisis amateur, que se nutre con conjeturas. Si la humildad que acompaña a la inteligencia se abre hueco entre la vanidad que rezuman los que se precian de listos, tal vez pueda reconocerse ahora que una huelga general no es un artificioso juego entre cínicos que camuflan sus respectivas debilidades poniendo en danza a trabajadores e instituciones. Los sindicatos llamaron a la huelga para responder a una injusta degradación del empleo y de los derechos laborales, y no solo para prevenir otras contrarreformas que flotan en el ambiente; no tenían ninguna cara que lavarse puesto que nunca se la habían ensuciado por no haber convocado la huelga cuando al estallar la crisis el Gobierno reforzó la protección social y su presidente afirmaba rotundo que "...de la crisis no se saldrá debilitando los derechos sociales sino reforzando el aparato productivo".Tampoco hay ningún designio fatalmente irreversible que impida negociar cambios en la reforma laboral ni que al hacerlo se revuelvan contra España los inversores internacionales. Si acaso querrán hacerla irreversible los patronos que al día siguiente de su publicación en el BOE retiraron expedientes de regulación de empleo para proceder a despedir directamente a buena parte de sus efectivos; o los despachos laboralistas de empresas que han inspirado esta reforma y vislumbran el robustecimiento de sus carteras de clientes en la medida que estos quieran aligerar sus plantillas, a quienes les saldrá más barato despedir pero buena parte de lo que se ahorren en indemnizaciones por despido se lo tendrán que gastar en la minuta de sus asesores para que les preparen cabalísticos informes pretextando la previsión de pérdidas en sus empresas y puedan imponer los "despidos preventivos" que la reforma entroniza en nuestro ordenamiento laboral.
      Que persista el conflicto social, aunque sea latente, es el peor mensaje que nuestra economía puede remitirle a empresarios propios y foráneos. Por el contrario, valorar que pese a todo en España se firmó en febrero y se mantiene para los próximos tres años un acuerdo de moderación salarial, del que no dispone ningún otro país europeo y que se asegurará aún más esa certidumbre sobre la evolución de los costes laborales superando este grave desencuentro con acuerdos correctores de la reforma laboral, es la mejor manera de atesorar la confianza en el empeño del Gobierno y de los agentes sociales por superar la crisis, con renovadas bases para el crecimiento y la competitividad de nuestra economía. Después de la huelga solo habría que poner contra las cuerdas a quienes pretendan sabotear la cristalización, cuanto antes, de este empeño.

      Antonio Gutiérrez Vegara es diputado del Grupo Socialista. Presidente de la Comisión de Economía del Congreso y ex líder de CC OO.


      domingo, 26 de septiembre de 2010

      Un campeón pantagruélico

       

      Monólogo y nueva exhibición de Navarro y del Barça en la final ante un limitado Valencia


      ROBERT ÁLVAREZ-EL PAÍS- 25/09/2010
       
       
      El Barça no es de este mundo, no del que habitan hoy por hoy el Valencia, el Real Madrid o el Caja Laboral. Se mueve en otra dimensión. Hizo suya la Supercopa con una solvencia que anonada, para la que no se advierte réplica y menos la de un Valencia meritorio pero dejado de la mano de Augustine y Javtokas, dos pívots recién fichados pero lesionados. El Caja Laboral logró sorprender al Barça y le arrebató la pasada edición de la Liga. Un golpe durísimo para el hasta entonces campeón de todo. La gesta de los vitorianos ha propiciado el despertar de la bestia y de su voracidad. El Barça, con el mismo equipo con el que ya arrasó en la Euroliga y la única novedad de Perovic, otro gigante para dotarle si cabe de mayor densidad e intimidación en la zona, ha demostrado que sigue en su línea de aplicada excelencia.

           

           

           

           

          Barcelona 83 - Valencia 63

          Regal Barcelona (26+14+23+20): Sada (1), Navarro (22), Mickeal (17), Morris (5), N''Dong (13) -cinco inicial-, Lorbek, Rubio (2), Roger (4), Vázquez (6), Basile (12), Perovic (1), Lakovic.
          Power Electronics Valencia (21+8+18+16): Cook (1), Martínez (4), Richardson (10), Savanovic (16), Lishchuk (11) -cinco inicial-, De Colo (4), Claver (8), Sundov (9), Simeón.
          Árbitros: Hierrezuelo, Redondo, Jiménez. Eliminado De Colo (m. 40).
          Incidencias: Final de la VII Supercopa disputada en el Buesa Arena de Vitoria ante 9.600 espectadores.
          Pascual exprime al máximo el camión de talento que conduce. Su premisa se basa en un juego solidario, intenso de principio a fin, agresivo cuando es necesario, perfectamente estudiados los relevos, los altibajos de los partidos, los puntos fuertes y débiles de los rivales. El talento de sus jugadores sale a relucir sin perderse en efectismos baratos, empezando por Navarro, que se mueve como pez en el agua y sobrevoló la final, todo el torneo.
          El Barça salió a galope tendido, como si el partido no fuera sino una prolongación de su arrolladora demostración del día anterior ante el Real Madrid. Navarro revolucionó el juego y apabulló a la defensa del Valencia, que tuvo mil y un problemas para tomarle la medida. Rafa Martínez no podía con él y las ayudas de sus compañeros no enmendaron la plana. Navarro enlazó 10 puntos consecutivos, la misma diferencia que reflejaba el marcador cuando solo habían transcurrido tres minutos (14-4). Empezaba a tomar cuerpo la idea de una final presidida por el monólogo del Barça. Tres minutos más ratificaron la presunción (24-7), con Mickeal en vena de aciertos y el Barça, pese a todo, relajado, sin necesidad de grandes alardes, con Morris todavía a medio gas, todavía sin entrar en acción Basile, Vázquez, Lorbek o Ricky Rubio, al que Xavi Pascual, tras su decepcionante papel en el reciente Mundial con la selección, ha relegado al banquillo en beneficio de Sada.
          El Valencia logró cambiar ligeramente el cariz de los acontecimientos con un buen final en el primer cuarto y un parcial de 2-14 merced sobre todo a la brega y los rebotes de Lischuk y Sundov, algunas acciones de Savanovic y a una buena puesta en escena de De Colo. Se situó a cinco puntos (26-21). Un espejismo.
          El Barça ajustó de nuevo las piezas. Volvió a exhibir Mickeal su majestuosa superioridad en los uno contra uno, volvió a escaparse como una anguila Navarro de Rafa Martínez, de Cook, de quien le pusieran por delante, volvió a hacer valer su velocidad y agilidad Ndong bajo el aro, volvieron a aportar defensa, velocidad, agresividad y hasta puntos los suplentes como Grimau o Basile. Y a eso se añade el asombroso acierto desde más allá de la nueva línea de triples, como si para el Barça no se hubiera alejado medio metro como para todos los demás. Siete le metió al Valencia, tres de Navarro, el mejor de la final, recompensado, por supuesto, con el trofeo MVP. No hubo color.

          Iniesta se viste de Messi

           

          El Barça aprovecha la expulsión de Amorebieta para mostrar su gran superioridad ante el Athletic


          EDUARDO RODRIG. ÁLVAREZ - Bilbao - EL PAÍS- 26/09/2010


           
          El Barcelona ganó con claridad y dio un recital de juego en San Mamés (1-3), donde impuso su ley después de quedar en superioridad numérica debido a la temprana expulsión de Fernando Amorebieta en el minuto 34 del choque. El conjunto de Pep Guardiola aprovechó esa fase de juego con el Athletic en inferioridad para adelantarse con tantos de Keita y Xavi, ambos en la segunda mitad, en los minutos 54 y 73.

               

              Athletic 1 - Barcelona 3

              Athletic Club: Iraizoz; Iraola, San José, Amorebieta, Aurtenetxe; Gurpegui, Orbaiz (Ocio, min.46), Javi Martínez, Gabilondo; Igor Martínez (De Marcos, min.46) y Llorente (Iturraspe, min.68).
              FC Barcelona: Valdés; Alves, Piqué, Puyol, Adriano (Maxwell, min.46); Busquets, Keita, Xavi (Thiago, min.81); Pedro, Iniesta (Bojan, min.81) y Villa.
              Goles: 0-1, min.54: Keita. 0-2, min.73: Xavi. 1-2, min.89: Gabilondo. 1-3, min.92: Busquets.
              Árbitro: Mateu Lahoz (Colegio valenciano). Expulsó a Amorebieta, en el minuto 34, por una dura entrada a Iniesta, y a Villa, en el 86, por una agresión a Gurpegui. Además, mostró tarjeta amarilla al local Aurtenetxe y al visitante Piqué.
              Incidencias: Unos 36.000 espectadores en San Mamés. Noche fresca y lluviosa. Terreno de juego irregular y castigado por lluvia caída. Realizó el saque de honor Angela Hilton, hija de Mr. Pentland, el legendario entrenador del Athletic en los años 20 y 30 del Siglo XX. Quinta jornada de liga.

              Honró el Athletic esta semana la memoria histórica de sus socios y aficionados y remató su tiempo de justicia y de nostalgia honrando a Mr. Pentland, su técnico mítico de los años 20 del pasado siglo con la presencia de su hija, Angela Hilton. Todo un canto a las esencias, tan asumido que en honor de Pentland llovió, como no podía ser menos ochenta años después de la histórica victoria 12-1 frente al Barcelona. En tiempos de novela histórica, el Athletic se agarró al pasado. Porque ha llovido desde Mr. Pentland hasta Caparrós y también desde aquel Barça circunstancial al de Guardiola. Cada uno se mira las venas, y por las del Athletic fluye esa sangre ardiente y por la del Barça la sangre fría del pase milimetrado. Diferencias de carácter, no de actitud. De hecho, la presión del Barça era más asfixiante que la del equipo rojiblanco. Lo sutil no es enemigo de lo recio. Y por eso se adueñó el Barça del partido en apenas unos minutos. Y por eso lo entregó el Athletic, porque lo recio, por mucho homenaje a Mr. Pentland que se haga, no siempre es suficiente.
              Cada uno fue fiel a sus principios. Guardiola, sin Messi, mantuvo su estilo, su psicología, y simplemente cambió de galones. Los del argentino se los dio a Iniesta, para que hiciera lo que quisiera y envolviese a la defensa rojiblanca. Y consiguió un par de engarces, uno de ellos salvado por el poste en el remate de Villa, encargado de mezclar con el albaceteño. Caparrós prescindió de la agilidad de Susaeta para apostar por el músculo de Gurpegui en su afán por cerrar la autopista del centro del campo. Los tres del Barça y los tres del Athletic eran solo iguales en número, no en aptitudes. Cada cual a lo suyo.
              Y llovía, en honor a Mr. Pentland y a su hija presente para que el pasado reviviera en cada gota de agua, cada vez más persistente como tan ausente era el ataque del Athletic, anulado Llorente por Piqué. Agua para todos, pero balón para uno. Y tan mojadas estaban las ideas que Mateu Lahoz se puso exquisito con una entrada de Amorebieta a Iniesta, dura pero no violenta, que convirtió en expulsión y en factor definitorio del juego en el minuto 34. El Athletic asumió la inferioridad numérica, como había aceptado la psicológica, pero rearmó su autoestima, la cultura del esfuerzo. El Barça se enfrentaba a sí mismo: tenía el balón de salida, tres cuartos del campo y además superioridad numérica. A veces no es fácil asumir la superioridad y tuvo que ser un error de cálculo de San José en el fuera de juego el que habilitó el gol de Keita en pleno monólogo barcelonista.
              Y llovía en honor de Mr. Pentland, al que el Athletic homenajeó con un disparo al poste de San José antes de que marcara Keita, para que siguiera pensando aquello de que eran once aldeanos. Pero el partido era algo desigual. Iniesta tenía más sitio para brillar y encubrir el trabajo oscuro de Xavi y asistir a Villa como incordio habitual de los defensas rojiblancos. Iniesta se encontró en una pradera plácida, espaciosa, frente a un Athletic que no sabe especular ni con 11 ni con 10. Iniesta era más Iniesta que casi nunca, aunque sus habilidades estuvieran mitigadas por la inferioridad numérica y psicológica, y por lo tanto futbolística.
              La segunda mitad fue un monólogo abusivo, una sucesión de ocasiones del Barça, un avasallamiento, sobre todo por el costado de Alves que, sin embargo, moría en la orilla, para desesperación de Guardiola, que no encontraba el segundo gol de la tranquilidad. Y llegó Xavi y encontró un disparo y una chepa de un defensa para sancionar un partido con mucha historia en los prolegómenos (80 años de una goleada, Mr. Pentland, su hija, la memoria histórica), pero un presente abrumador que revela la distancia entre ambos equipos. Hasta Caparrós interiorizó la derrota cuando decidió cambiar a Llorente por Iturraspe, pensando en el próximo partido y dando por muerto el presente. El Athletic, a duras penas aguantó 34 minutos, hasta que Amorebieta se fue a la ducha. Y luego hubo de todo. La injusta pitada a Iniesta, la absurda expulsión de Villa por una tontería suya, a partido ganado, con Gurpegui. Y el gol de De Marcos. Y el de Busquets. Cosas que pasaban y no pasaban con Mr. Pentland hace un siglo.