miércoles, 14 de enero de 2015

Un italiano ejemplar

Napolitano deja la presidencia de la República dando una lección de política y sentido de Estado

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Giorgio Napolitano “se va a casa”. Utilizando la misma sencillez personal que ha caracterizado toda su gestión, el veterano presidente de Italia —89 años— explicó así ayer a unos estudiantes su dimisión como jefe del Estado que se formalizará en la tarde de hoy. Napolitano ha demostrado con creces que, en los momentos más complicados para una sociedad —lejos de las recetas mágicas—, la serenidad, la razón política y el sentido de Estado son la mejor herramienta para superar situaciones aparentemente irresolubles.
La volatilidad política italiana llega hasta las puertas del Quirinale pero, paradójicamente, se queda fuera. Napolitano, comunista —el primero de este partido en llegar a la jefatura del Estado— forma parte de una lista de políticos transalpinos, desde la derecha a la izquierda, que, con escasísimas excepciones, ha aportado prestigio a la presidencia de la República, ganándose el aprecio de los ciudadanos y el reconocimiento internacional. Políticos que han pensado en todos sus compatriotas y no sólo en sus simpatizantes. Y abundan los ejemplos: el socialista Sandro Pertini, el democristiano Oscar Luigi Scalfaro, el independiente Carlo Azeglio Ciampi... La ovación que ayer le dedicó el Parlamento Europeo al presidente no es solo el reconocimiento a un gran europeista sino a una manera de entender la política.
Napolitano es uno de los principales artífices de que Italia no se ha haya resignado a quedar prisionera de una corrupción prácticamente impune, encarnada por el Gobierno de Silvio Berlusconi, y al mismo tiempo de que el país no se haya echado en brazos de un populismo nihilista. Un equilibrio que ha beneficiado a los italianos y a todos los europeos.
En una demostración de para qué sirve la experiencia en la política, el presidente saliente logró, a través de los cauces constitucionales, la salida de Berlusconi, y entregó el Ejecutivo a alguien en sus antípodas ideológicas: Napolitano, comunista, formó equipo con un tecnócrata católico de misa diaria, Mario Monti. Italia empezó a salvar situaciones económicas desesperadas y pudo acudir a las urnas con un respaldo mayoritario de los votantes a los planteamientos políticos y no a los populistas.
La presidencia de Napolitano demuestra que arbitrar no es asistir pasivamente a los acontecimientos, que el consenso en política no es debilidad y que una vez que uno ha cumplido su misión, lo mejor es volver a casa. Todo un ejemplo.

lunes, 12 de enero de 2015


El Barça deslumbra en un duelo salvaje

Los triples y el talento ofensivo de los blaugrana abaten a un Unicaja espléndido hasta el final de la prórroga



Edwin Jackson recupera un balón ante Will Thomas. / Toni Albir (EFE)

El Palau Blaugrana festejó con delirio la victoria del Barcelona en un duelo salvaje, sin tregua, un maratón emocional que tan pronto iba a dejar la victoria de un lado, como del otro. El Unicaja la tuvo en la mano, pero no supo cerrarla por una décima de segundo. En el fragor de la batalla, el equipo malagueño se descuidó en ese último instante del tiempo regular y lo pagó muy caro.
Dominaba el Unicaja por 96-99 tras dos tiros libres de Carlos Suárez. Quedaban tres segundos. Y el Barcelona, a la desesperada, consiguió hacerle llegar el balón a Abrines. El alero mallorquín, escorado, lanzó de lado mientras Stefansson le empujaba. Entró el triple, al mismo tiempo que el islandés levantaba reconociendo una falta que los árbitros no señalaron. El triple forzó la prórroga. Y en el tiempo añadido, el Barcelona fue superior, entre otras cosas porque no bajó el pistón en ataque, mientras que el Unicaja perdió el balón hasta tres veces el balón en los últimos compases del partido. Eso, ante un equipo que continuaba con sus ataques trepidantes, inspirado en los triples, los últimos ya decisivos de Jackson y Lampe, resultó definitivo.
El Unicaja, que no pudo contar con Granger, lo echó en falta en esos compases finales en los que tuvo que ejercer de director de orquesta Stefansson ya que el serbio Markovic fue eliminado por faltas personales muy pronto (m.35). El Barcelona ganó gracias a su recital de triples, 20 aciertos en sus 34 lanzamientos, y a la efectividad de su línea exterior.

BARCELONA, 114-UNICAJA, 110

Barcelona: Marcelinho (19), Jackson (19), Thomas (19), Doellman (16), Pleiss (2) –equipo inicial-; Hezonja (6), Abrines (14), Satoransky (7), Lampe (7), Nachbar (0) y Tomic (5).
Unicaja: Markovic (17), Toolson (25), Suárez (10), Will Thomas (2), Golubovic (14) –equipo inicial-; Vasileiadis (5), Vázquez (4), Kuzminskas (7), Stefansson (9) y Green (17).
Parciales: 27-24, 25-21, 27-33, 20-21 y, en la próroga, 15-11.
Árbitros: Jiménez, Perea y Manuel. Eliminaron por faltas personales a Markovic (m.35).
Palau Blaugrana. Unos 6.000 espectadores. 16ª jornada de la Liga ACB.

Unicaja dejó constancia en el Palau Blaugrana del talento y la estrategia que le han hecho merecedor de un liderato tan sólido que ni siquiera se tambalea a pesar de su derrota. La mano de Toolson, el juego interior de Golubovic y Vázquez, la dirección de Markovic, la solidez de Caleb Green fueron algunas de las muchas virtudes que opuso el Unicaja a un Barcelona que necesitó aplicarse al máximo para no perder pie, a pesar incluso de su asombroso acierto en los triples.
El partido fue precioso. Sin tregua. Sin Granger, Markovic asumió la dirección del juego y se mostró muy decidido a resolver por su cuenta. Golubovic le dio al equipo malagueño una enorme consistencia en el interior de la zona. Pleiss, que salió como titular en el Barcelona, no pudo con él. Green añadió versatilidad al juego de su escuadra. Frente a ello, el Barcelona explotó al máximo el buen momento por el que atraviesan sus cañoneros.
El francés Edwin Jackson llevó la voz cantante de entrada, pero Hezonja, Abrines y Thomas le siguieron la cuerda. Toolson emergió en el último cuarto y le dio ventaja al Unicaja. Pero, en definitiva, el fallo defensivo y estratégico en la última acción de los 40 minutos condenó al equipo malagueño, así como sus pérdidas de balón en los últimos compases de la prórroga.

Todopoderoso Messi

Ayudado por el desequilibrio de Neymar, el argentino lidera al Barcelona ante un desbordado Atlético

A

Suárez, Neymar y Messi celebra un gol al Atlético. / Vicens Gimenez

No se sabe todavía si el Barça conquistará algún título con Luis Enrique. No hay duda, en cambio, de que ganará partidos importantes, protagonizará jornadas estupendas, vivirá noches épicas con Messi. Ayer doblegó al Atlético, el mismo equipo que la temporada pasada le venció en la Supercopa, le eliminó de la Champions y le quitó la Liga el último día en el Camp Nou. La victoria azulgrana fue tan incontestable como determinante resultó la actuación de Messi, asistente como 7, único en calidad de 10, por fin goleador ante Simeone. Vive el Barça de Messi, de Luis Suárez, de Neymar, y los tres encendieron al Camp Nou.

Barcelona, 3-Atlético, 1

Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano, Jordi Alba; Rakitic (Rafinha, m. 88), Busquets, Iniesta; Messi, Luis Suárez (Pedro, m. 91) y Neymar. No utilizados: Ter Stegen; Bartra, Sergi Roberto, Adriano y Munir.
Atlético: Moyá; Juanfran, Giménez, Godín, Gámez (Siqueira, m. 83); Koke, Gabi (Torres, m. 68), Tiago, Arda; Griezmann (Raúl García, m. 74) y Mandzukic. No utilizados: Oblak, Miranda, Mario Suárez y Saúl.
Goles: 1-0. M. 12. Neymar. 2-0. M. 35. Luis Suárez. 2-1. M. 57. Mandzukic, de penalti. 3-1. M. 87. Messi.
Árbitro: Undiano Mallenco amonestó a Gámez, Mandzukic, Juanfran, Luis Suárez, Tiago, Griezmann, Mascherano, Messi y Godín.
Camp Nou. 81.658 espectadores.

No hubo referéndums en el estadio porque en juego no solo estaba el liderazgo de Messi y la credibilidad de Luis Enrique sino la competitividad del Barça. No hay club en el mundo más volcánico que el azulgrana, extremista por naturaleza, socialmente único por la emotividad de su hinchada, ayer unida ante la importancia de la cita y la grandeza del contrario, el campeón Atlético. Regresó de alguna manera el viejo Barça, en la grada y en la cancha, más rabioso que dulce, muy pendiente de los goles y no tanto del juego, menos académico y estético y más comprometido, siempre pendiente en cualquier caso de Messi.
Aunque no se dejaba de hablar de Messi, homenajeado como máximo goleador de la historia de la Liga, el partido empezó sin el 10, tan abierto a la derecha que parecía estar fuera del campo, vigilado a distancia por Jesús Gámez, improvisado como lateral zurdo, prácticamente la única y decisiva novedad en las alineaciones, muy previsibles, también la del Barça, inédita (27 sobre 27) y cantada desde la lesión de Xavi y la no convocatoria de Mathieu. Messi fue un espectador más del encuentro hasta que entró en juego para marcar las diferencias de manera superlativa, adulado como rey del Camp Nou.
Messi no atinó en el tiro nada más agarrar la pelota (m. 8) para después poner un centro que embocó Neymar (m. 11). El tanto fue casual, o al menos pareció que el balón puesto por el 10 rebotó en Suárez antes de quedar a merced de Neymar. La jugada, sin embargo, expresó la superioridad del Barça. Sus tres delanteros desvencijaron al sistema defensivo de Simeone. Neymar desbordaba a Juanfran, Luis Suárez maniobraba estupendamente a espaldas de los centrales y Messi resultaba imparable como extremo, reencarnado en Jimmy Johnstone, una pesadilla para el Atlético.
Envueltos en un uniforme que parecía un pijama, nadie reconoció en el Atlético al campeón de Liga. Agujereado por las bandas, no supo defender ni atacar ni controlar al Barcelona, excelente en la intensidad colectiva e inteligente en la elección de los distintos ritmos que le convenían al choque, centrado con el 0-0, vertical y directo en sus transiciones después del 1-0. Las ocasiones se sucedieron en la portería de Moyá desde el carril del recuperado Alves. Neymar marró el 2-0 en un cabezazo sencillo a centro de Luis Suárez, y el uruguayo remató una contra prodigiosa del 10.
El argentino se ayudó con el brazo derecho para armar el contragolpe, circunstancia que provocó la ira de Simeone. El técnico no sabía cómo corregirse después de equivocarse con la alineación, incapaz de parar a Messi, terrible en cada arrancada, punto culminante de un equipo muy puesto, seguramente el mejor que se había visto desde que comenzó el curso en el Camp Nou. Los puntas eran tan disuasorios como los defensas: no habían concedido ni un córner, ni una ocasión, solo una falta cuando pitó el descanso Undiano Mallenco. El Atlético solo trampeó con faltas reiterativas el ritmo impuesto por el Barça.
Los azulgrana dominaban la pelota y los espacios ante la sorpresa del Atlético. El partido se reanudó de la misma manera que había comenzado por el intervencionismo de Messi. El 10 apareció en el área del Barça ante Gámez y de forma sorprendente el árbitro pitó penalti por un contacto que no pareció sancionable, salvo para Undiano Mallenco. Nadie recordaba que Messi hubiera cometido un penalti desde que llegó a los 13 años al Camp Nou. Mandzukic transformó el castigo y metió al Atlético en el partido en una jugada y explotó de rabia el Camp Nou. El equipo azulgrana perdió continuidad y salida y se apretó bien el Atlético.
La carga ambiental aumentó cuando salió a escena Fernando Torres, autor de cinco goles en seis visitas al Camp Nou. Simeone fue cargando a su equipo con los cambios mientras Luis Enrique se quedó paralizado, como si no le preocupara el cansancio de sus muchachos, la falta de aire y combustible, ni la presión alta del Atlético. A pesar de la omnipresencia de Iniesta, a los barcelonistas les costaba tener el balón y el campo se les hizo demasiado largo, faltos de pausa y control, erráticos en la cesión de córneres, muy pendientes de las apariciones y sobre todo de las aceleraciones de Messi.
El partido estuvo en el limbo durante un buen rato, expuestos los dos porteros, sobre todo Bravo, a la espera de la última palabra del 10. A juego con la noche, el encuentro parecía aguardar que Messi dijera la última palabra, culminara su obra con un gol, después de intervenir en los tres anteriores, dos en el marco de Moyá y uno en la del Barça. Y Messi apareció para recoger un rechazo de Raúl García, después de un centro de Luis Súarez y una intervención de Rakitic, y poner el definitivo 3-1. Ya son 21 tantos contra el Atlético.
El 10 escapó de la jaula en que le había metido durante un año Simeone para reivindicar a tiempo el liderazgo del Barça. Nadie se jugaba más en el partido que Messi. Y Messi fue más Messi que nunca porque ejerció de 7, de 10, de 9 y además por vez primera le pitaron un penalti en contra, el que significó el gol del Atlético.






El embrujo del chamán

El Barça hizo algo mucho más importante que ganar el partido, que fue merecerlo; no hay nada más balsámico


ERNEST FOLCH/ El Periódico de Cataluña/ Lunes, 12 de enero del 2015

En el peor momento, el mejor partido. El Barça salvó un dramático match-ball con la mejor actuación en mucho tiempo. En un club que se ha convertido en una olla a presión a punto de estallar en cualquier momento, un equipo liderado por un Messi descomunal supo ayer convertir las malas vibraciones en energía positiva, como si se tratara del embrujo de un chamán. Y es que en pleno debate sobre el presente y el futuro de Messi, el astro argentino llevó al equipo en volandas con una arrancada detrás de otra, hasta que reventó la defensa del Atlético, que sólo resistió en la medida en que un sospechoso Undiano le permitió ir más allá de la línea roja que traza el reglamento.
El destino quiso que Messi desangrara al rival por la banda derecha, como en los viejos tiempos, quizá una metáfora de que lo más nuevo que puede hacer este equipo es quizá lo más antiguo. Con Messi desatado por la banda de sus años mozos, el Barça se reencontró a si mismo, por obra y gracia de una presión asfixiante como hacía muchos meses que no veíamos y a una velocidad de pelota que creíamos olvidada. Sí, gracias a estos viejos axiomas, el Barça hizo contraataques y practicó un fútbol mucho más veloz, pero no hubo más novedad que la de volver a los orígenes. Y es que en el Barça, por mucha carga ideológica que se le quiera aplicar, no hay muchos más secretos más allá de respetar el estilo dentro de unas coordenadas y conseguir que Messi sea feliz.
El pequeño 10 azulgrana se inventó un gol de Neymar, otro de Suárez y tranquilizar él mismo al Camp Nou cuando el Atlético amagaba con amenazar el resultado. El empate de los colchoneros hubiera sido ayer profundamente injusto, puesto que el equipo de Luis Enrique, ayer sí, fue el indiscutible amo y señor, no solo del marcador, sino también del juego.
El Barça hizo algo mucho más importante que ganar el partido, que fue merecerlo. Es evidente que los problemas estructurales del club son los mismos que antes de la victoria: el club sigue sancionado por la FIFA y sin director técnico, por poner dos ejemplos, y su tranquilidad pende como siempre del próximo resultado. Pero no hay nada más balsámico que ver a un enfermo grave levantándose de la cama y sonreír, ni que sea por un día. El Barça sigue institucionalmente grave con pronóstico reservado, cierto, pero las nuevas elecciones en el horizonte y la alegría de comprobar que al menos ayer se dio con la tecla, ayudan a tener esperanzas renovadas en el futuro.
Puede que la clave de nuestra felicidad sea mucho más sencilla de lo que creemos: basta con votar, y hacerlo convencidos que gane quien gane el chamán Leo Messi seguirá salvándonos con sus embrujos. Es decir, incluso es posible que en el Barça funcione lo mismo que en cualquier otra parte del mundo: la democracia y el talento. Si es así, no hay nada que temer.