sábado, 20 de noviembre de 2010

Derecha y conciencia de clase

Los sectores boyantes y los poderosos se movilizan, mientras la abstención crece entre los pobres

Joaquim Coll Historiador -el PERIODICO DE CATALUÑA-Sábado, 20 de noviembre del 2010
 
 
Hoy suena casi a arqueología hablar de conciencia de clase. Pero cuando uno se plantea ciertas cuestiones de cara a las próximas elecciones entiende por qué los teóricos marxistas dedicaron tantos esfuerzos a intentar convencer a propios y extraños de que el cambio social era inevitable si los asalariados adquirían conciencia de clase. Hoy sabemos que el marxismo no era una ciencia, sino una fe, una creencia. En gran medida, un sueño de la razón que en algunos lugares alimentó monstruos. Y que, contradiciendo a la teoría, en la lucha política contemporánea quien ha demostrado tener una conciencia más clara de sus intereses no han sido los trabajadores o las clases populares, sino los potentados y los sectores más boyantes de la sociedad.Solo así se entiende que quienes no participan casi nunca en las elecciones son aquellos cuyas condiciones materiales de vida resultan más difíciles. Está demostrado que votan proporcionalmente mucho más los ricos que los pobres, y que se interesan más por la política los que viven en pequeñas ciudades que en grandes urbes.
La derecha política tiene claro a quién representa y qué intereses defiende en primer término, mientras que la izquierda fluctúa siempre en un mar de contradicciones, entre sus intereses electorales directos y el llamado interés general. Cuando la izquierda habla de regular el mercado, y entonces es acusada por los neoliberales de intervencionista, lo hace pensando de entrada en el interés del conjunto de la sociedad. Por el contrario, cuando la derecha exalta la libertad de mercado lo hace con el fin de no poner cortapisas al beneficio privado. Cuando hablo de la izquierda me refiero básicamente a la socialdemocracia, que, como explica el historiador Tony Judt en su libro póstumo Algo va mal (2010), es un híbrido que comparte con los liberales la defensa de la tolerancia y que en política pública sigue creyendo en las ventajas de la acción colectiva.
Dicho esto, lo que es muy revelador de que algo efectivamente va mal es que gran parte de la derecha, rearmada con fórmulas neoconservadoras, ha abandonado la cultura del consenso, ha dejado de ser liberal en términos políticos, se muestra altamente inmune ante sus propios escándalos de corrupción y exhibe una enorme agresividad ideológica, como ha demostrado el Tea Party contra Barack Obama. Allí, los republicanos no han hecho otra cosa, por lo menos desde que intentaron acabar con la presidencia de Clinton, que alimentar una continua «política del escándalo»: denunciando supuestas corrupciones, favores ilícitos, acusando a los demócratas de antipatriotas, o poniendo al descubierto líos sexuales como arma de desprestigio personal, entre otras cosas.
En España no hay más que recordar la campaña de acoso y derribo que hicieron, entre 1993 y 1996, el Partido Popular y su entorno mediático para acabar con Felipe González, estrategia que se sigue repitiendo hoy desde que en el 2004 ganó José Luis Rodríguez Zapatero.
Y ahora mismo no hay más que ver cómo toda la artillería pesada de la caverna mediática fustiga a Pérez Rubalcaba, contra quien se rememoran las peores historias del lamentable episodio de los GAL. También en Catalunya la «política del escándalo» ha sido moneda corriente en estos últimos años. Es cierto que el tripartito ha dado gratuitamente mucho juego, pero también es verdad que nunca como hasta ahora ciertos medios de comunicación catalanes, que pasaban por moderados, habían demostrado tal fervor militante contra el Govern de turno. Su propósito no ha sido otro que auspiciar un cambio político en beneficio de CiU. La reiteración de la «política del escándalo» favorece, como explica el sociólogo Manuel Castells en Comunicación y poder (2009), la crisis de legitimidad del sistema, y eso se traduce en abstención. Los resultados del 28-N van a tener que ver mucho con ello.
Se sorprende el catedrático Jordi Nadal en una entrevista en El País de que tanto en España como en Catalunya los partidos que las encuestas sitúan como favoritos, PP y CiU, tengan gravísimos escándalos de corrupción y que, sin embargo, su electorado no parece que vaya a castigarlos. Será por eso de la conciencia de clase. En el caso del PP, se llega además a extremos patológicos, como en Valencia, donde el clima de corrupción refuerza a Francisco Camps.
Centrándome en Catalunya, la situación en que se encuentra CDC ante la evidencia de que Fèlix Millet actuaba de comisionista en beneficio de este partido es sumamente delicada. La velada denuncia que en su día lanzó Pasqual Maragall, aludiendo al famoso 3%, parece próxima a confirmarse. Recordemos que el episodio tuvo una durísima respuesta de Jordi Pujol. Hoy sería bueno empezar por saber, sobre todo si Artur Mas alcanza la presidencia, quién aconsejó a Àngel Colom, hoy convergente destacado, para que fuera a ver a Millet con el fin de encontrar el arreglo económico a sus desventuras políticas. La conciencia de clase está bien, pero la decencia nunca va mal. Historiador.