domingo, 9 de octubre de 2016


Catarsis y lucha por el poder en el PSOE.


Luis María GonzálezPeriodista/ Nueva Tribuna/ 5 de octubre de 2016

Buena parte de quienes, en nombre de España, han asaltado el PSOE no están avalados por la coherencia y la honestidad de sus actos, pero los que han improvisado alegatos de radicalidad asamblearia y discursos de trinchera saben que su revolución es impostada. Este es el drama de una aparente catarsis que como en la mayoría de los casos esconde una dura y quizás cruenta lucha de poder. Y advierto que en democracia las luchas por el poder son, además de inevitables, parte esencial del debate de las ideas y la organización. Negarlo es un ejercicio de puro cinismo.
Algunas de las voces que ganaron la votación en el Comité Federal del PSOE y provocaron la dimisión de Sánchez están muy alejadas de lo que yo entiendo como un proyecto de izquierdas. Diré más: el populismo que dicen combatir es uno de los rasgos que mejor les definen, al menos a sus principales mentores. Susana Díaz, González, Vara o Bono viven y han vivido de un insoportable catálogo de ocurrencias y gestos destinados a seducir a España, aunque sea violentando las más elementales ideas de izquierda. A golpe de ética de la responsabilidad han quebrado la ética de la política, es decir, aquella que suma a la gestión de la cosa pública, un imprescindible sentido de  justicia e  igualdad. No hace falta decir que también han puesto en marcha políticas públicas de interés ciudadano, que no deben menospreciarse. En el actual conflicto del PSOE no han dado la talla y con frecuencia han tirado la piedra y escondido la mano. No dicen lo que quieren y eso es imperdonable. Advierto, pues, que no despiertan mi simpatía –por cierto, ¿qué necesidad tenían las 17 personas de la Ejecutiva socialista de presentar su dimisión, y reforzar el escenario de asonada, cuando la batalla, como se vio, estaba en el Comité Federal?-
En la otra barricada, Pedro Sánchez empezó contando con un mayor grado de simpatías propias y ajenas, sobre todo cuando aceptó someterse a la investidura y buscar un gobierno para España, en el mismo momento en que un perezoso e irresponsable Rajoy hacía mutis por el foro. Desde entonces a esta fecha, confieso que soy incapaz de entender su trayectoria. Garantizó en la campaña de junio que no habría terceras elecciones. Atacó con dureza al PP  y denunció la siniestra concurrencia de su voto en la investidura de marzo con el de Podemos, responsable casi único de que Pedro Sánchez no sea hoy presidente del gobierno. Los resultados del 26 de junio, a mi juicio, reforzaron la idea de que no habría terceras elecciones (avance de la derecha, retroceso de la izquierda). Todo apuntaba a un inteligente liderazgo de un programa de reformas y cambios progresistas con el que emplazar al candidato del PP a la investidura, que en ningún caso dispondría de un gobierno de mayoría. Pero algo pasó entonces que no logro descifrar. Sánchez convirtió su NO a Rajoy en una especie de Tratado para las terceras elecciones. La política quedó ausente (reforma laboral, pensiones, educación, empleo, fiscalidad…) y en primera línea de combate aparecieron los francotiradores que, conscientes de la debilidad de su posición, balbucearon una inconsistente alternativa de gobierno con Podemos y Ciudadanos, enseguida negada por estos últimos. El PP de la corrupción era el mismo en junio que en septiembre, como los mismos eran sus casi 8 millones de votos. Y no olvidemos que el Comité Federal de hace unos meses que decidió el NO a la investidura, descartó igualmente, un gobierno con el nacionalismo independentista.
Algunas de las voces que ganaron la votación en el Comité Federal del PSOE y provocaron la dimisión de Sánchez están muy alejadas de lo que yo entiendo como un proyecto de izquierdas

El Comité Federal del PSOE del sábado 1 de octubre sirvió también para comprenderalgo más el rostro de la rapiña. Garzón e Iglesias, emulando a la más burda mara de barrio, acudieron raudos al aquelarre socialista, en un intento de participar en la puja. Irrespetuosos con la crisis ajena, ofrecieron sus servicios a los supuestos damnificados, recurriendo a vulgares lugares comunes de oligarcas y traidores para referirse a los ganadores de la votación del Comité Federal. Con semejantes credenciales, la nueva política no deja de ser -de momento, con éxito- un claro ejemplo de conducta autoritaria y déspota.
¿A qué juegan los dirigentes políticos? ¿A qué aspiran los dirigentes del PSOE? Las catarsis de poder y de política pueden ser una oportunidad para regenerar el partido, a cambio de que no sean los tribunales los que marquen el conflicto interno. Las izquierdas deben hablar, negociar, pactar. Bien es verdad que no deberían tener complejo alguno en atreverse a serlo. Con el actual mapa político, PSOE y Podemos están obligados a participar de proyectos comunes, acuerdos políticos e institucionales. Pero llamemos a las cosas por su nombre. Algunos amigos, insisten en acusar a los otros del actual desencuentro de las izquierdas. No me andaré por las ramas. En la actualidad, Podemos es un proyecto lleno de sombras. Ideología oscura, política oportunista, organización virtual. Deben decidir su papel en la sociedad y en las instituciones. Deben precisar el campo de juego.
Se afirma ahora que el PSOE está abierto en canal porque tiene dos almas. Yo no lo creo. Sería síntoma de un debate abierto, vivo, de ideas y de políticas. Pero no. La grave crisis que vive el PSOE responde a un peregrino juego de tronos, aliñado de una prosaica disputa política, con excesivo peso de la supervivencia personal. Las izquierdas, la  socialdemocracia, el centro izquierda en España y en Europa están emplazados a una profunda renovación. La sociedad a la que se dirigen ha experimentado una acelerada transformación, pero en el interior de los partidos progresistas, sean viejos o nuevos, sigue oliendo a naftalina. El reto no es solo de los socialistas.

sábado, 1 de octubre de 2016



La izquierda estupefacta

                         

Mientras la izquierda discute, debate, se desgarra y se suicida, el PP envía tuits con un emoticono de palomitas

Joan Cañete Bayle/ Periodista/ El Periódico de Cataluña/
Sábado, 1 de octubre del 2016 

                       
La izquierda estupefacta
AFP / CESAR MANSO
 Pancartas de partidarios de Sánchez, ante la sede del PSOE.

                    

"¿Qué le pasa a la izquierda? ¿Qué nos pasa a los que creíamos en una izquierda progresista que luchaba para conseguir un país libre?" La pregunta, nada retórica, de Liz Sánchez, técnica de gestión en una empresa de telecomunicaciones de Barcelona, refleja a la perfección el estado de estupor con el que muchos ciudadanos han seguido esta semana el vodevil que ha ofrecido el PSOE, un partido que se declara socialdemócrata, de centro izquierda, con la S de socialista y la O de obrero en sus siglas.
El espectáculo socialista es de sonrojo, y viene después de dos elecciones en las que para sorpresa, indignación y pesadilla de muchos el PP continúa siendo el partido más votado y Podemos y su conglomerado de mareas y confluencias se han mostrado no solo incapaces de conquistar los cielos, sino de acordar a nivel interno una estrategia para lograrlo. "Y mientras, en mis oídos no paran de resonar las carcajadas de la derecha. No solo se les sigue votando, aunque sean corruptos, aunque hayan robado, aunque se queden dormidos en las sesiones del Congreso o el Senado y aunque mientan, sino que encima la oposición (esa izquierda que tenía que marcar la diferencia), se está destruyendo a sí misma sin ningún pudor ante sus todavía fieles votantes", escribe Liz.

VAYA SEMANITA

La semanita del PSOE ha sido sin duda el tema estrella en la conversación ciudadana de los últimos días. Más allá de si Pedro Sánchez o sus críticos concitan más o menos simpatía (pista: muchos ciudadanos que se consideran de izquierdas entienden muy bien que cuando un dirigente socialista dice "España necesita un Gobierno" lo que quiere decir es un Gobierno de Mariano Rajoy, y no les gusta) una idea subyace: el penoso espectáculo que ha deparado el PSOE y sus satélites políticos y mediáticos no es más que un paso más en la derrota sin paliativos de la izquierda ante la derecha en la Europa post-crisis, que ya empezó a gestarse aquel día en que José Luis Zapatero vino a decir que de forma seria solo se puede gobernar de una manera, y cambió a las ministras por señores sesudos, escaso cabello y mucho gris.. "Desde el estrecho de Messina (con las propuestas faraónicas de Renzi) a Ferraz y desde Ferraz a París corre un fantasma por nuestra vieja Europa.  Las estructuras que tantos triunfos cosecharon durante los años pasados ahora se han convertido en el retrato del proceso de decadencia que vive nuestro continente.  Ellos que encarnaron el símbolo del llamado Estado del Bienestar, ellos que debían placar el avance neoliberal, ellos son los que nos han traicionado", escribe Lluís Aguiló desde Palma de Mallorca.
El desplome del progresismo duele especialmente por las esperanzas depositadas por un amplio sector de la sociedad española de que a consecuencia de la crisis y después del renacer de una gran conciencia política y regeneradora de la política entre la ciudadanía había llegado el momento de llevar a cabo cambios profundos en el tejido no solo político, sino social y económico del país. Ante la crisis sistémica del modelo de la Transición (política, institucional, territorial, de ruptura de consensos económicos y sociales), muchos ciudadanos confiaban en que la regeneración vendría de la izquierda, que es la que demostraba más ímpetu en ello. Es cierto, muchos apenas consideraban izquierda al PSOE y sin duda no lo veían como regenerador, pero sí podía ser un socio necesario (de ahí la necesidad de un sorpasso). Pero ni victoria electoral, ni sorpasso y a este paso, ni PSOE.

EMOTICONO DE PALOMITAS

Y a cambio, una enorme crisis de identidad. Manuel Sánchez, profesor de Barberà del Vallès, escribe en una carta titulada 'La izquierda ya no existe': "La izquierda comunista o socialista ya no existe. Ha sido sustituida por el centro (PSOE, ERC...) por una parte; por otra, ha sido sustituida por la izquierda caviar (la 'gauche divine'). Ahora no importan las condiciones laborales de los trabajadores, ni la igualdad entre los ciudadanos, ni la fraternidad. Y del socialismo o comunismo ya ni se oye hablar. Ahora se trata de entretener al personal: quitar la estatua de Colón de Barcelona, cambiar el nombre de calles que sean monárquicos..." Una "izquierda falsa" ha ocupado el lugar de una "izquierda transformadora", remacha Manuel su carta.
Y mientras la izquierda discute, debate, se desgarra y se suicida, el PP envía tuits con un emoticono de palomitas. Eso sí, la crisis sistémica ahí sigue.





Encadenados a la ley

                       
Encadenados a la ley
MIGUEL LORENZO
Concentración en València de militantes y simpatizantes socialistas partidarios de Pedro Sánchez.


Albert Sáez/ Adjunto al director/ El Periódico de Cataluña/ Viernes, 30 de septiembre del 2016.

De lo más triste en el vodevil socialista de estos días es que el debate político quede reducido a un conflicto jurídico-legal. El envite final de Susana Díaz a su expatrocinado Pedro Sánchez se basa en una argucia reglamentaria: la disolución de la dirección por dimisión de la mitad de sus miembros. Tan enrevesado es el método que han llegado a pelearse por la opinión que tendrían los muertos. Además de triste, es sintomático de cómo la democracia en España lleva demasiado tiempo secuestrada por la ley. Vivimos las consecuencias de haber legitimado las leyes de una dictadura parangonándolas con las de la democracia. La obsesión por el mantenimiento del orden y la inoculación en la izquierda del miedo a ella misma con el fantasma guerracivilista han posibilitado que España sea el único país de Europa en el que nadie discute que la ley trajo la democracia, cosa que resulta directamente absurda en cualquier otro entorno. La democracia exige el cumplimento del Estado de derecho porque garantiza la legitimidad de las leyes pero la afirmación no se puede invertir. El Estado de derecho no garantiza el carácter democrático de las leyes.
El PP, como partido de los abogados del Estado y heredero de quienes no condenaron el franquismo, es el autor intelectual de esa subordinación de la democracia a la ley. Lo verdaderamente triste es que el socialismo se apunte a esa terrible idea. Una parte de la España que huye del bipartidismo elección tras elección lo hace precisamente por cosas como esa. La idea de la casta ha hecho mella por la sensación de que algunos podían hecerse las leyes a su medida, también en democracia. Esa es la única explicación a casos como el del Castor, del túnel del Pertús o las cláusulas abusivas. Convertir una crisis ideológica y organizativa en un litigio jurídico es simplemente una falta de respeto a la propia historia del PSOE, a sus militantes y al conjunto de los ciudadanos que lo consideran una pieza sustancial del sistema democrático. No son horas de reglamentos ni de contenciosos administrativos, es tiempo de política y de grandeza. 

viernes, 30 de septiembre de 2016



Una crisis de Estado

                         

La guerra socialista, el bloqueo de la investidura de Rajoy y la tensión con Catalunya abocan a España a un grave colapso institucional


Enric Hernández/ Director/ El Periódico de Cataluña/  Jueves, 29 de septiembre del 2016                  


España lleva un año sin un Gobierno con facultades constitucionales para gobernar y cuatro, inmersa en un conflicto creciente con las autoridades democráticamente elegidas por los catalanes. Estos dos factores bastarían, por sí mismos, para definir la actual situación como una crisis de Estado. Sumado el cisma del PSOE, hoy por hoy la única alternativa plausible al PP y clave para desbloquear la gobernabilidad, la amenaza de colapso institucional se divisa a la vuelta de la esquina.
La cuenta oficial del PP en Twitter viralizó en las redes la guerra del PSOE con un emoticono: «Palomitas.» Anécdota y síntoma: los populares asisten al circo socialista despreocupados por sus efectos de fondo, con la esperanza de que pronto les brinde la abstención que Mariano Rajoy precisa para ser investido.
Pero, de todo lo que está en juego, la permanencia de Rajoy en el poder o la celebración de unas terceras elecciones no es lo más importante. Lo es a buen seguro para el PP, y a corto plazo también para los españoles, pero las secuelas de la conflagración socialista trascenderán a las urgencias personales de sus protagonistas y beneficiarios. Es la viabilidad futura de la alternancia, sana e ineludible en democracia, lo que se dirime estos días en Ferraz y sus aledaños.
En realidad, el origen de los males socialistas no empieza con Pedro Sánchez; se remonta a los remotos años 90. El ocaso del felipismo desató unas hostilidades en el PSOE –guerristas y renovadores, ¿recuerdan?— que otorgó un poder arbitral a los virreyes territoriales. Gracias a la descentralización del Estado, los presidentes autonómicos socialistas gestionaban generosos presupuestos. Lo que significaba poder para tejer redes clientelares. Lo que equivalía a militantes que inclinaban la balanza en los congresos del PSOE.

EL REPARTO DE LA SOLIDARIDAD

Los 'tres tenores', Manuel Chaves, José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, articularon un potente lobi capaz de presionar a Felipe González para que no cediera a las autonomistas demandas de CiU. Toda ofrenda a Jordi Pujol era motivo de agravio para los barones meridionales, solo soslayable mediante la pertinente compensación. ¿El objetivo? Salvaguardar un reparto de la solidaridad entre territorios que perpetuase en los suyos unas prestaciones sociales y subsidios superiores a la media. Andalucía impone su ley: ese encubierto nacionalismo, y no el de Pasqual Maragall, es el verdadero 'federalismo asimétrico' que rige en el PSOE.
La caída de Alfonso Guerra primero, y luego de González, ungió a los barones como nuevos sumos pontífices del partido, armados y organizados para decapitar a un candidato elegido en primarias, como Josep Borrell, o si era preciso para precipitar la retirada de un presidente como José Luis Rodríguez Zapatero por temor a que perjudicase sus miopes intereses electorales.
Ahora los barones han concluido que para preservar su estatus territorial les resulta más práctico investir a Rajoy que apuntalar una alternativa al PP. De ahí que estigmaticen todo acercamiento del PSOE al independentismo catalán con más alharacas que el propio Rajoy, como ya hicieran con el IRPF de Pujol o con el Estatut de Maragall. Un 'cordón sanitario' que regala la hegemonía a los populares y brinda al soberanismo catalán la legitimidad moral no completada en las urnas, ahondando una crisis territorial originada en Catalunya pero que pone en un brete la estabilidad misma de España como socio fiable de la UE. Si las voces cantantes de ambos bandos quieren el conflicto, conflicto habrá.
Sánchez ha sido el último secretario general víctima de las confabulaciones territoriales del PSOE, si bien es cierto que, en su caso, en el pecado está la penitencia. Ahijado de la todopoderosa Susana Díaz en las primarias del 2014, ahora la madrina andaluza le dispensa su justo merecido por habérsele rebelado, a menudo con escaso tacto.

La dilución del PSOE agravaría el conflicto catalán y amenazaría la sana alternancia democrática

Para un PSOE en llamas, concurrir a otras generales en diciembre puede resultar tanto o más suicida como apuntalar a Rajoy en la Moncloa mediante la abstención, que acarrearía más claudicaciones cuando urja aprobar los presupuestos o los recortes sociales que imponga Bruselas. No hay mal menor. Sea cual sea, su haraquiri colectivo pasará factura a todo el sistema político. Sin una fuerza sólida en la izquierda que ejerza de puente entre las nacionalidades históricas y el Estado, o entre las clases populares y el 'establishment' de Madrid, la democracia española ya nunca será lo que era. O lo que debía haber sido. O lo que muchos soñaron que fuera.

jueves, 29 de septiembre de 2016


La guerra de las rosas

En el PSOE se está dirimiendo mucho más que el futuro de Sánchez, Díaz o el socialismo español: en esa batalla se contraponen dos visiones del papel que debe tener un partido socialdemócrata en el nuevo escenario político occidental
Llevaba tiempo en preparación, con intercambio ocasional de disparos, pero ayer se convirtió en una contienda abierta. Pedro Sánchez tomó la iniciativa convocando un debate interno en la forma de elecciones primarias y congreso del partido. Sus críticos, decía, no se atreverán a negarle la voz a la militancia. Éstos, por su lado, han decidido intentar tomar el control del partido desde arriba, basándose en la idea de que quizás los votantes más moderados tengan otras preferencias. Muchos retratan esta guerra como una mera lucha de poder vacía de contenido, pero pocas son las batallas por el control de un partido que no contraponen visiones de fondo; y no se conoce ningún conflicto de ideas que no conlleve la intención de un bando de imponer las suyas sobre las del rival. El poder y el proyecto van de la mano, y las dudas sobre el segundo suelen emerger cuando el espacio para disfrutar del primero se reduce. Como le sucede a un PSOE que encadena varias derrotas sin precedentes.

De esta manera, la guerra de las rosas dirime mucho más que el futuro de Sánchez, de Díaz, o incluso del socialismo español, pues en ella se contraponen dos visiones del papel que debe tener un partido socialdemócrata en el nuevo escenario político occidental. Escribía hace unos meses en estas mismas páginas que la formación parecía indecisa entre dos rutas: de un lado se encuentra la alternativa de colaborar con el centro y el centroderecha tradicional, o incluso ocuparlo, forjando un bloque por la estabilidad y las reformas comedidas. El primer ministro italiano Matteo Renzi representa ese camino. El contraargumento define también la vía opuesta: cualquier pacto con las élites es una traición, y por tanto el deber de la socialdemocracia es alejarse, no acercarse, al centroderecha. Hace pocos días, Jeremy Corbyn salía triunfante de su propia guerra interna, en la que también ha empleado a la militancia más movilizada como muro de contención contra los moderados (que otros llamarían establishment) del laborismo. La vía central, una en la que el socialismo se recicla para proponer nuevas coaliciones entre ganadores y perdedores de la evolución económica de los últimos años, permanece inexplorada. Y Pedro Sánchez ha decidido ir a la guerra con la estrategia de Corbyn.

La alternativa de Ferraz impide facilitar una investidura de Rajoy independientemente de las veces que el país acuda a las urnas. Para ello, se ha apoyado en la porción más movilizada de la militancia. Por eso, la cúpula solo se ha movido de su segundo plano cuando ha considerado que está dispuesta a asumir explicar a las bases por qué se hace lo contrario de lo que quieren. El argumento, según ellos, es sencillo: seguir sin Gobierno deja España en una situación de bloqueo inaceptable. No es distinto del esgrimido por el resto de partidarios de las grandes coaliciones en los países del norte de Europa. Lo que omiten es que este coste en estabilidad a corto plazo se ve compensado por el beneficio de escuchar a quien pide cambio, manteniendo el sentimiento antiestablishment a raya. La experiencia en esos mismos países apunta a que cualquier unión entre el centroizquierda y el centroderecha no hace sino alimentar las pulsiones extremas en ambos lados del espectro.

Si se emprende un viaje al centro, se desdibuja la redistribución y potencia a sus rivales antielitistas

Los nuevos partidos contienen esa intención de asalto al poder tanto como representa un deseo de modificación profunda en las politicas y en las instituciones. Fomentar lo segundo sin dejar espacio a lo primero es el gran reto de la vieja izquierda, y la vía de concentración no lo facilita.
Es por eso que es esta una guerra que no acaba aquí, ni dentro de nuestras fronteras, sino que se libra en la esfera continental: los distintos partidos socialdemócratas del continente vienen tomando posiciones desde hace años. Impulsados por convicciones ideológicas o por necesidades de competición electoral, la socialdemocracia europea en pleno enfrenta el mismo dilema: estabilidad o cambio. El viaje hacia el centro, que ha sido su ruta más habitual en las últimas décadas, no resulta hoy muy atractivo. La ausencia de un crecimiento ecónomico sólido y, sobre todo, repartido de manera equitativa debilita los argumentos de quienes propongan profundizar en el capitalismo, así sea con un corte social: para qué, pensarán muchos votantes, si ya no salimos ganando con el sistema actual. Ante semejantes situaciones de crisis estructural los socialdemócratas se han caracterizado por proponer nuevos proyectos que retejiesen la relación entre Estado y mercado. Pero hoy día carecen por completo de uno. O, mejor dicho, han renunciado a él.

Cuando el movimiento es hacia la izquierda, se puede terminar por dar alas al conservadurismo


En realidad, la ruta de la innovación ya ha sido señalada por otros: reformas estructurales a cambio de amplio estímulo fiscal con universalización y mejora de las coberturas, a pagar por el capital y por las clases medias y altas, en una combinación que permita afrontar los retos que plantea la globalización y la tecnificación del mundo del trabajo, impulsando al mismo tiempo la plena igualdad de la mujer en el terreno económico y social. El relato está ahí, pero la clave es que ya no funciona a nivel estatal. En una Europa dividida entre acreedores y deudores, la única manera de llevar adelante un nuevo proyecto de crecimiento inclusivo es con un pacto entre los primeros y los segundos. Pero los socialdemócratas europeos llevan años atrapados en la separación progresiva de ambos mundos, de manera que Alemania cada vez está más lejos de Grecia, y Holanda, de España. Ahora, con un espacio electoral mucho más reducido en sus plazas nacionales, el centroizquierda se afana en buscar maneras más simples de sobrevivir. Llegó su hora de administrar la miseria.
La guerra de las rosas del PSOE no es más que un episodio de esta gran contienda. Si finalmente se emprende un viaje al centro, se desdibuja la redistribución y potencia a sus rivales anti-elitistas. Pero si el movimiento acaba siendo hacia la izquierda sin matices, se habrá producido un equilibrio inestable de futuro incierto, que posiblemente dará alas al conservadurismo. La integración europea, única respuesta al entuerto, se ha quedado así huérfana de la atención que merece. Salvo por aquellos que, por supuesto, están contentos de tenerla toda para ellos, como chivo expiatorio perfecto. Resultaría triste, y paradójico, que Europa muriese por la cobardía de quienes en el pasado crecieron bajo su manto, pero hoy no se atreven a defenderla. Así les vaya la vida en ello.

Jorge Galindo es sociólogo y candidato doctoral en el departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra.