viernes, 5 de agosto de 2011

Reflexiones sobre los asesinatos de Oslo

José Manuel Marañón Gutiérrez | Nuevatribuna.es 04 Agosto 2011
 
Cuándo acaecen hechos como la matanza de Noruega, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad está, de entrada, en un cierto estado de shock. Pero a dos semanas de los hechos siempre se recupera la racionalidad analítica que nos permite dejar de mirar el dedo para mirar la luna.
En ese sentido es pertinente hacer algunas reflexiones para el debate. La primera reflexión gira en torno al análisis de los medios de comunicación serios. Cuándo sucede un atentado yihadista estos medios tiene que hacer un esfuerzo para pasar de la culpabilización del conjunto de la comunidad musulmana a centrar el análisis en la problemática sociopolítica sobre los que cabalga el fanatismo fundamentalista. Sin embargo, en el caso noruego el esfuerzo se ha dado en sentido inverso, es decir, pasar de contemplarlo como un hecho aislado cometido por un loco a analizar el sustrato social que alimenta el discurso justificativo del asesino.
Una segunda reflexión tiene que ver con el grado de desarrollo social y económico de los países nórdicos. Y aquí tenemos que decir que como en los últimos 50 años, estos países están a la cabeza en los índices de desarrollo económico, de productividad, de transparencia, de cohesión social, de educación, etc. Y a ello ha colaborado de manera efectiva la capacidad de concertación social y la presencia sindical en los organismos empresariales y políticos de decisión, y, también, es justo reconocerlo, una cultura empresarial radicalmente diferente a la española.
Y, en este punto, merece la pena hacer dos menciones concretas. En primer lugar a Islandia, el único de estos países que se apartó de las vías clásicas de desarrollo socioeconómico con los resultados de todos conocidos. Sin embargo, la sociedad islandesa ha sido capaz, por otra parte, de sentar en el banquillo a responsables políticos y financieros y de plantar cara a los dictados de los mercados. Por cierto, Islandia está saliendo de manera sostenida de la crisis, por mucho que les pese a las Agencias de Calificación que lo ocultan.
Una segunda mención, en este punto, se refiere a la propia Noruega. Es un país que sí se puede decir que la explotación del petróleo ha servido para un salto cualitativo del bienestar del conjunto de la sociedad y para una diversificación productiva de cara al futuro. Para contrastar mejor este hecho no hay más que mirar a México, Venezuela, muchos países árabes e, incluso, Rusia.
Pero, también, en el paraíso hay sombras con gran regocijo, parece, de algunos. Hemos llegado a oír a medios ultraconservadores que achacan estos sucesos a la excesiva presencia del Estado de Bienestar, como si la desigualdad evitara estas sombras. No merece mayor análisis tamaña “boutade”.
Sin embargo si se hace bastante hincapié en magnificar las antedichas sombras a partir de lo relatado en la novela negra escandinava, género literario de enorme éxito en los últimos años. Nadie, por supuesto, habla de la genialidad creadora de los autores literarios. Parece como si relataran algo que se respirara permanentemente en las calles de Oslo, Reikiavik o Estocolmo.
Y no solo esto, sino que hay que decir que la novela negra escandinava siempre incardina sus sucesos puntuales en cuestiones generales. Veamos algunos ejemplos. El comisario Walander, la criatura literaria de Henning Mankell, investiga casos que tienen que ver con el tráfico de armas, el tráfico de drogas o la pederastia, entre otros.
La exitosa trilogía de Stieg Larsson tiene dos temas de fondo: la violencia contra las mujeres y la penetración de la extrema derecha en los aparatos del Estado. Finalmente, Asa Larsson , a través de su personaje, Rebeca Martinsson, nos relata, entre otros, el tema de los peligros del fundamentalismo religioso, en este caso, de raíz cristiana. ¿Estamos en condiciones, en España y en el resto de Europa, de dar lecciones a nadie en estos grandes temas?.
Y a la última reflexión es una afirmación. Los asesinatos de Oslo se sustentan en el discurso ideológico de la extrema derecha de exclusión del diferente. Exclusión que comienza con el inmigrante pero que se extiende al diferente en lo racial, lo religioso, lo sexual, lo político… Y de paso, también, carga la culpabilidad a otras organizaciones políticas y sociales, fundamentalmente, de izquierda por su permisividad, real o supuesta, de estos fenómenos sociales.
Y tres apuntes finales. En primer lugar, decir que la extrema derecha se extiende por el conjunto de Europa, no solamente por aquellos estados en los que obtiene resultados específicos significativos, sino, que, también, por otros países, incluido, España, en los que se camuflan en los partidos de la derecha tradicional.
En segundo lugar, apuntar la curiosidad de que cuándo se habla de ejemplos en EE.UU. se habla de Unabomber o del atentado de Oklahoma y apenas se dice nada del intento de asesinato del año pasado en Tucson de la Congresista Gliffords, en el que murieron seis personas, tras una intensa campaña del Tea Party contra una serie de políticos del Partido Demócrata que, según, su visión favorecían la inmigración masiva. Por cierto si las fotos de los políticos encuadradas en una diana que colgó en su web Sarah Palin, se hubiera hecho en el País Vasco, ¿no hubiéramos hablado de apología del terrorismo?. Es apología del terrorismo lo hagan terroristas vascos o la haga Sarah Palin.
Y en tercer lugar se dice que la violencia solamente la hacen individuos aislados. Comienza a no ser así. En Hungría, grupos paramilitares, con la permisividad del gobierno ultraconservador, se pasean por los pueblos “asustando” a la población gitana. Y asustando comenzaron los escuadrones de la “Cruz Flechada” en la Hungría nazi de los 40 del siglo pasado. Cómo siguieron lo describe a la perfección una película de 1989, “La caja de música, dirigida por Costa Gavras e interpretada por Jessica Lange y Armin Mueller-Stahl.
En resumidas cuentas, sin alarmismos exagerados, la democracia y, sobre todo, las organizaciones de izquierda debemos estar vigilantes para no tener que parafrasear en unos años, nuevamente, a Bertold Brecht.