jueves, 16 de diciembre de 2010

Barça: lo trivial y lo fundamental

 

La creatividad, la construcción, la técnica, la identidad y el liderazgo, ideario del equipo


JORGE WAGENSBERG - EL PAÍS- 16/12/2010
 

       
      La posesión del balón. Hablamos de probabilidades porque lo más cierto de este mundo es que el mundo es incierto. En un partido de fútbol la incertidumbre de un equipo es la incertidumbre del resto del mundo que incluye, sobre todo, la incertidumbre que crea el equipo adversario. Está claro que cediendo la posesión de la pelota también se puede jugar al fútbol; se trata de lo más frecuente. En este modelo de juego, los jugadores sin pelota blindan su territorio mientras confían en que los jugadores con pelota se cansarán de tanto tuya-mía. La hipótesis de trabajo de esta idea es aprovechar el mínimo despiste para volar hacia la portería de un rival sorprendido a contrapie. Sin embargo, sorprender a este Barça con un contraataque no parece un fundamento filosófico sensato. En primer lugar, cerrarse atrás y presionar hasta que este Barça se equivoque no es una estrategia barata en energía. Contra este Barça, la estrategia del contraataque cansa, cansa mucho, cansa físicamente y cansa mentalmente. Contra este Barça el defensor suele llegar casi siempre un poco tarde a casi todo. Es como golpear con fuerza un cuerpo que ha esquivado el choque una centésima antes. Un puñetazo al vacío desconcierta el músculo y humilla el cerebro. El juego al contraataque especula más con el fallo del contrario que con la creatividad propia. Nadie ni nada es perfecto y este Barça tampoco es una excepción. La perfección existe porque es imaginable, pero no es perfecta porque es inalcanzable. Sin embargo, este Barça persigue la perfección paso a paso y, tras cada paso, retrocede la probabilidad de marcarle un gol a contragolpe.
      Además, el jugador del equipo con pelota tiende a divertirse, mientras que el jugador del equipo sin pelota tiende a impacientarse. El equipo que se cierra atrás lo hace con ánimo de destruir; el que posee el balón lo hace con la ilusión de construir. Destruir aporta poco a la autoestima porque destruir es más fácil que construir. Solo hay que dejarse llevar por el temible segundo principio de la termodinámica. Destruir es pasar de algo singular y especial a cualquier cosa. Pero para construir hay que apretar las neuronas. Para construir hace falta energía y talento antientrópico porque construir significa pasar de cualquier cosa a algo muy original y especial. Y resulta que los humanos son trivial y fundamentalmente animales creadores. Con permiso de Freud, la salud mental de un ser humano se nutre de autoestima individual y colectiva, es decir, de la creatividad que consiga desarrollar. Los creadores se gustan a sí mismos, los destructores también, pero no tanto. ¿Puede ser creativa la destrucción? Puede, pero solo en el caso de una destrucción que sirva de preludio a una construcción inminente. El juego del contraataque también empieza destruyendo, sí, pero suele ser una destrucción que cuenta con un mucho de autodestrucción enemiga. La autoestima individual y colectiva necesita de algo más.
      Es el caso de los dos defensas centrales de este Barça: Piqué es central de profesión, pero delantero centro de vocación. Puyol no lo es menos: es un creyente como central, pero también un practicante a la hora de rematar. Alves destruye al adversario, pero su juego de ataque recuerda el solemne poderío de una torre en el tablero de ajedrez. Lo propio se puede decir de Abidal, el atleta que patrulla la rive gauche. Valdés también crea destruyendo. Con su concepción del espacio-tiempo intuida al milímetro y a la centésima interrumpe (destruye) cualquier parábola enemiga, mientras elige las mejores condiciones iniciales de las parábolas del ataque propio (construye). Detrás se destruye, pero también se construye. Pero jugar con la posesión clara del balón requiere también la viceversa: delante hay que construir pero también es necesario destruir. La presión de los delanteros del Barça para que el rival suelte el balón un instante después de que lo haya recuperado es intensa y sin tregua. El secreto de este Barça quizá sea que nadie tiene licencia para ahorrarse la tarea de destrucción por grande que sea su genio y solera en la noble tarea de la construcción. No importa quién juegue ni contra quién, ni dónde, ni cuánto falta para el final del encuentro. Es casi un automatismo individual y colectivo de este Barça: atrás se construye cuando no se está destruyendo; delante se destruye cuando no se está construyendo. Para eso hace falta técnica.

      La técnica. La técnica es el conjunto de automatismos capaces de liberar el espíritu creador. Los pies, las piernas, el pecho y otros apéndices del cuerpo deben pensar por sí solos para no robar espacio ni tiempo al cerebro. Algo muy parecido sucede con un virtuoso del violín. Sus dedos deben saber por sí solos cómo deben moverse y dónde y cómo deben presionar las cuerdas. Los dedos de Jascha Heifetz no esperaban órdenes detalladas del cerebro, solo una declaración de intenciones. Un violinista no puede sublimar la interpretación de la Chacona de Bach (Partita nº 2 para violín solo) si tiene que concentrarse en la precisa afinación de cada nota o en el rigor de la frecuencia de cada vibrato. Para decir bien dicha una frase de la Chacona la mente tiene que independizarse de las manos. En este Barça hay automatismos individuales y automatismos colectivos, pero lo primero no implica lo segundo. Los automatismos resueltos dan paso al conocimiento, a la creación de una jugada con posibilidad de culminar en gol. Es la continuación de la técnica por otros medios.
      En un equipo hay tres conceptos relacionados con la creación de una jugada con pretensiones de culminar en gol y los tres tienen su significado individual y colectivo. El primero es la complejidad, es decir, la riqueza de alternativas disponibles para un jugador o un equipo como solución ante una situación determinada. Un jugador con un solo regate se hace demasiado previsible por mucho que domine el balón. Lo mismo ocurre con un equipo poco complejo. El segundo concepto es la incertidumbre que no es otra cosa que la complejidad del rival. Y el tercer concepto es un concepto mixto: la capacidad de anticipación (de un individuo o de un equipo) respecto del juego contrario. En este Barça, Busquets es algo así como la solución que precede a un problema. Xavi es el mariscal de campo que clava las banderitas en el mapa. Iniesta es el inventor contra la incertidumbre ajena para cada momento y cada lugar. Messi es una fábrica continua de incertidumbre para el adversario y el compositor con técnica para inventar infinitas variaciones que él mismo transforma en una cadencia final o en una teoría inicial para que otros como Pedro o Villa transformen una hipótesis de gol en una tesis de gol.
      Este Barça tiene una complejidad colectiva que procede de años de historia compartida por sus jugadores en La Masia. La historia común se fragua aprendiendo los unos de los otros, los discípulos de los maestros y de otros discípulos y los maestros de otros maestros y de los discípulos. Johan Cruyff evoluciona desde Rinus Michels y revoluciona; Frank Rijkaard evoluciona desde Cruyff y revoluciona; Josep Guardiola evoluciona desde Cruyff y Rijkaard y revoluciona... Un jugador de la cantera debuta en el primer equipo con la inteligencia colectiva previamente adquirida y horneada a fuego lento. Por ello, un equipo del filial puede saltar al césped, desplegar el juego marca de la casa y dedicarse a probar innovaciones como ante el Rubin.
      No vale copiar el resultado sin copiar el método. No se puede copiar el Barça sin copiar su historia. No se puede copiar el juego del Barça comprimiendo décadas en meses. Años de ojeo, de becas, de educación y de mimo no se reemplazan por fichajes apresurados entre el oleaje del mercado. No hay buenos museos madurados en menos de 20 años. Como todo buen conocimiento, este Barça se levanta sobre una escuela y una academia que velan por su identidad y la actualizan.

      La identidad. En cualquier colectivo, como el azulgrana, coexisten dos identidades distintas: la individual de los individuos y la colectiva del equipo. En el fondo se trata de una profunda cuestión de la psicología, la etología y la sociología: conseguir la armonía entre las identidades individuales (cada cual con la suya) y una identidad colectiva (una común para todos). Es tan trágico que la identidad colectiva sea débil por defecto de cohesión entre los individuos (en cuyo caso el individuo se llama asocial y anda perdido e indefenso por la incertidumbre) como trágico es que la identidad colectiva aplaste la identidad individual por una excesiva cohesión social que el individuo no puede soportar. La cuestión es delicadísima por una razón: solo existe una situación de armonía entre infinitas que no lo son. Localizar y cuidar es punto frágil y mágico, crucial para la convivencia de jugadores dentro de un equipo. Esta cuestión podría llamarse la cuestión de sobreconvivencia. Es la cuestión fundamental en un superorganismo de organismos. Brillantes jugadores como Ronaldinho, Eto'o e Ibrahimovic no asimilaron del todo bien este detalle esencial. La historia de la humanidad también se comprende en esta clave: individuos anulados por colectivos demasiados rígidos o desorientados por colectivos demasiado flojos. La buena armonía entre los individuos y sus colectivos en la sobreconvivencia política está en algún punto frágil y delicado entre la anarquía y el totalitarismo.
      ¿Cómo logra este Barça su armonía entre la identidad de cada jugador y la identidad del equipo? Eso se logra ¡con un líder! Un líder no es quien reduce las horas de conversación o quien habla antes de escuchar. No es quien tiene habilidad para dosificar el premio y el castigo. No es quien derrocha lealtad que nadie le exige (hacia arriba) y que exige lealtad que nadie da de por sí (hacia abajo). Un líder no es quien asusta (preferentemente hacia abajo) y quien adula (preferentemente hacia arriba). No es quien amaga y raciona información privilegiada. Un líder lo es según sea su sabiduría. Un líder es el que consigue que las personas actúen con la convicción del que ha comprendido. Un líder es, sencillamente, de quien se aprende. ¿Quién es un líder? Por ejemplo, Pep Guardiola.
      Existe otra identidad colectiva: la de la afición. Comprender es buscar y encontrar lo común entre lo que es diferente. Comprender a la afición del Barça empieza por preguntar ¿qué tienen en común los aficionados del Barça? Apunto la más importante: el gozo intelectual por verlo jugar.

      El gozo intelectual. El gozo intelectual por ver jugar al fútbol también tiene su punto delicado entre dos extremos distantes. El cerebro es un órgano que emerge en la evolución para participar en la vital estrategia de supervivencia. Su razón de ser es anticipar la incertidumbre. De la misma forma que el corazón necesita sangre para funcionar, el cerebro necesita una dosis mínima de incertidumbre. Si no hay suficiente incertidumbre que llevarse a las neuronas, si todo es previsible, entonces el cerebro se ofende por inanición. Es como una sinfonía de una sola nota. El cerebro no tiene razón de ser en este extremo. Pero si la incertidumbre es excesiva, si nada es previsible, entonces el cerebro se frustra por incapacidad de resolver. Es como una música totalmente aleatoria. Nada en ella es anticipable. El cerebro tampoco tiene razón de ser en este otro extremo. El gozo intelectual por la música está en algún punto entre la ofensa y la frustración del cerebro. El gozo intelectual por ver jugar a este Barça se parece mucho al gozo intelectual musical. En un buen partido tiene que haber indicios para la anticipación y episodios para la sorpresa. Individualmente. Colectivamente. Ver un partido por la televisión recorta en parte ese gozo porque la cámara suele seguir obsesivamente la pelota y el aficionado no tiene la libertad para ver, mirar y observar lo que la mente le pide en cada momento según sean las dosis de anticipación y sorpresa que le vaya llegando. Sin embargo, una buena grabación puede hacer visible lo que en el campo es invisible por rápido, invisible por lento, invisible por complejo, invisible por lejano, invisible por cercano, invisible por opaco, invisible por despiste... Es el gozo intelectual de la segunda lectura.
      Un club de fútbol es una empresa humana y, como toda empresa humana, su grandeza depende de los seres humanos que la integran. Ni más ni menos. Hay mucho que aprender, y no solo fútbol, de este gran Barça. Larga vida para él.

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