jueves, 26 de noviembre de 2009


El hombre del traje gris

ANDONI ZUBIZARRETA-EL PAÍS- 26/11/2009

Y yo me preguntaba subido al palomar en el que se encuentran las cabinas de televisión del Camp Nou cómo se puede jugar tan fácil al fútbol como lo estaba haciendo el Barça ante el Inter. Recordaba que había presenciado algo parecido en 30 minutos mágicos que los culés habían tenido en San Mamés aunque en este caso, la parte de mi alma que es rojiblanca se había sentido feliz con que todo aquel caudal de fútbol no se transformara en goles.



Y pensaba en cómo puede ser que un jugador como Xavi no sea favorito para recibir el premio a mejor jugador del mundo al mismo tiempo que me deleitaba observando su capacidad para retener la pelota, marcar el ritmo del partido, acelerar cada vez que su mirada atravesaba la línea del centro del campo. Me asombran los jugadores que son capaces de hacerlo sin cambiar el gesto, sin dar muestras de que están haciendo algo difícil o de una enorme complejidad. Admiro a esos que siempre juegan fácil porque sé que detrás de esa sencillez está la técnica más primorosa, la que permite jugar, parar y ver en una décima de segundo, en un palmo de terreno, técnica acompañada de una excelente condición física que permite hacer todo lo anterior mientras se aguanta con el cuerpo la presión de un rival, apoyándose en el contrario para ser capaz de salir con la pelota controlada, la mirada arriba.
Y mientras pensaba todo eso junto sentía que mi Pepito grillo me decía que todo aquello estaba bien pero que a quién le iba a dar la pelota Xavi si un suave como Iniesta no había encontrado el sitio justo para dar la ayuda a su compañero, un paso a la derecha de donde lo haría cualquier mortal, un paso que le daba la perfecta línea de salida para el 6 del Barça. Aceleraba a partir de ese momento el 8 blaugrana mientras que mi mente volvía repetir la misma pregunta que me había hecho para Xavi: ¿Cómo puede ser que este mago del fútbol no sea favorito para ganar el premio al mejor jugador del mundo?
Y en ese momento me daba cuenta de que Iniesta avanzaba pero delante suyo se abrían dos opciones de pase que sumadas a la posibilidad de su acción individual sumaban tres, demasiadas para una defensa aunque ésta sea del calibre que el Inter presentaba en el coliseo azulgrana. Claro que esas opciones se las daban Henry, Pedro, Alves con sus incorporaciones, todo el equipo como una orquesta perfecta, mejor dicho, como la mejor Blues Band ya que en el fútbol se tiene una partitura de base pero hay que improvisar de forma continua, de forma personal, de forma instantánea.
Y justo en ese momento, llevaba la vista hacia atrás (es lo que tiene haber sido portero) y veía a Busquets cubriendo las espaldas de sus compañeros, haciendo las faltas que les permitían volver sin un gran desgaste físico y pensaba que sin ese chico, los demás cracks hubieran tenido que correr mucho más y no habrían tenido ese balón tan limpio, tan exacto en el arranque.
Y pegados al cogote de Sergio, los defensas apretaban la línea para que los delanteros neroazzurros no tuvieran sitio para recibir, aún sabiendo que detrás de ellos iban a quedar muchos metros que solo tendrían a Víctor Valdés adelantado para defender. Les puedo asegurar que en estos partidos uno disfruta como portero por las maravillas de su equipo pero se pasa todo el partido calibrando la mar de metros cuadrados de césped que tiene por delante sin ninguna camiseta blaugrana cerca y las amenazantes miradas de los veloces delanteros rivales.
Y andaba yo pensando en todo esto cuando Iniesta le dio un pase que parecía trivial a Xavi. El gesto fue como un pistoletazo de salida para Dani Alves. Y se diría uno que a donde iba el lateral del Barça si aquel balón se iba a jugar por dentro (también es verdad que el 2 culé necesita pocas excusas o ninguna para lanzarse en busca del campo contrario). Pero ya saben cómo sigue la historia: pase al hueco de Xavi que había visto, no, había intuido, no, más sencillo, sabía que Alves corría desdoblando la banda para que el defensa rompiera la línea, levantara la cabeza, viera a Henry arrastrar a los centrales al primer palo diciéndole con su gesto que el pase era para el segundo y allí coincidieron, puntuales a la cita, la pelota y Pedro. Gol, golazo, gol que empieza en una banda y acaba en la otra, gol que inicia en el centro para acabar por fuera, gol de equipo, gol de todos.
Y en todo ello pensaba cuando vi saltar de alegría al banquillo del Barça para distinguir entre los suplentes a Messi y a Ibrahimovic. Y pensé si estos no son también candidatos (uno de ellos algo más que candidato) para mejor jugador del mundo. Y junto a ellos vi a un tipo que se está quedando calvo de tanto pensar que con su traje gris celebraba el gol.

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