Un italiano ejemplar
Napolitano deja la presidencia de la República dando una lección de política y sentido de Estado
Giorgio Napolitano “se va a casa”. Utilizando la misma sencillez
personal que ha caracterizado toda su gestión, el veterano presidente de
Italia —89 años— explicó así ayer a unos estudiantes su dimisión como
jefe del Estado que se formalizará en la tarde de hoy. Napolitano ha
demostrado con creces que, en los momentos más complicados para una
sociedad —lejos de las recetas mágicas—, la serenidad, la razón política
y el sentido de Estado son la mejor herramienta para superar
situaciones aparentemente irresolubles.
La volatilidad política italiana llega hasta las puertas del
Quirinale pero, paradójicamente, se queda fuera. Napolitano, comunista
—el primero de este partido en llegar a la jefatura del Estado— forma
parte de una lista de políticos transalpinos, desde la derecha a la
izquierda, que, con escasísimas excepciones, ha aportado prestigio a la
presidencia de la República, ganándose el aprecio de los ciudadanos y el
reconocimiento internacional. Políticos que han pensado en todos sus
compatriotas y no sólo en sus simpatizantes. Y abundan los ejemplos: el
socialista Sandro Pertini, el democristiano Oscar Luigi Scalfaro, el
independiente Carlo Azeglio Ciampi... La ovación que ayer le dedicó el
Parlamento Europeo al presidente no es solo el reconocimiento a un gran
europeista sino a una manera de entender la política.
Napolitano es uno de los principales artífices de que Italia no se ha
haya resignado a quedar prisionera de una corrupción prácticamente
impune, encarnada por el Gobierno de Silvio Berlusconi, y al mismo
tiempo de que el país no se haya echado en brazos de un populismo
nihilista. Un equilibrio que ha beneficiado a los italianos y a todos
los europeos.
En una demostración de para qué sirve la experiencia en la política,
el presidente saliente logró, a través de los cauces constitucionales,
la salida de Berlusconi, y entregó el Ejecutivo a alguien en sus
antípodas ideológicas: Napolitano, comunista, formó equipo con un
tecnócrata católico de misa diaria, Mario Monti. Italia empezó a salvar
situaciones económicas desesperadas y pudo acudir a las urnas con un
respaldo mayoritario de los votantes a los planteamientos políticos y no
a los populistas.
La presidencia de Napolitano demuestra que arbitrar no es asistir
pasivamente a los acontecimientos, que el consenso en política no es
debilidad y que una vez que uno ha cumplido su misión, lo mejor es
volver a casa. Todo un ejemplo.
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