El Gran Gatsby y la OCDE
Cada vez más, el bienestar de un ciudadano depende de la riqueza de sus padres
Joaquín Estefanía EL PAIS
25 MAY 2015
El secretario general de la OCDE, Ángel Gurría. / EFE
La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE) ha corroborado en su último informe —Por qué menos desigualdad
beneficia a todos— las tendencias ya investigadas en los anteriores: que
hay una relación directa entre igualdad y crecimiento económico, y que la brecha entre ricos y pobres en los 34 países de la institución es hoy la más alta en las tres décadas que lleva haciendo mediciones de la misma.
Al mismo tiempo que se analiza la desigualdad económica conviene
hacerlo con la igualdad de oportunidades. Esta es un principio
fundamental de las democracias. Significa que los logros y resultados de
un ciudadano no dependen de sus progenitores, raza, género o cualquier
otra característica inmutable. Según los estudiosos, existe una estrecha
correlación entre la extrema desigualdad de ingresos y la desigualdad
de oportunidades. Si ello se consolida, las oportunidades de los hijos
en la vida dependerán en gran medida de la situación socioeconómica de
los padres.
Así surge la denominada curva del Gran Gatsby, un gráfico que
representa la relación directa entre la desigualdad económica y la
inmovilidad social intergeneracional. Esta curva la introdujo en 2012 el
presidente del Comité de Asesores Económicos de Obama, Alan Krueger,
con datos del economista Miles Corak. La curva del Gran Gatsby (en honor
del personaje de la novela de Francis Scott Fitzgerald) explica que en
una sociedad democrática igualitaria existe un elevado grado de
movilidad social, algo que no ocurre cuando el nivel de desigualdad es
elevado. Relaciona el coeficiente de Gini (medición de la desigualdad en
cada país) y el grado de dependencia entre los ingresos de una persona y
los de sus padres. Por ejemplo, en Dinamarca, una de las naciones con
un índice de Gini más bajo (más igualitarios), solo el 15% de los
ingresos actuales de un adulto joven depende de la riqueza de sus
progenitores. Por el contrario, en Perú, con uno de los índices de Gini
más elevados del mundo, dos terceras partes de lo que gana actualmente
una persona se relaciona con lo que sus padres ganaron en el pasado.
El corolario es sencillo: la desigualdad económica obstaculiza la
materialización efectiva de la igualdad de derechos y oportunidades. Por
ello la desigualdad importa cada vez más a los ciudadanos, en contra de
lo que hace unos años declaraba la antecesora de Rodrigo Rato en el
FMI, y ex economista jefe del Banco Mundial, Anne Kruger: “Las personas
pobres están desesperadas por mejorar sus condiciones materiales en
términos absolutos en lugar de avanzar en el ámbito de la distribución
de ingresos. Por lo tanto, parece mucho mejor centrarse en el
empobrecimiento que en la desigualdad”. Pues no.
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