Messi destroza una gran obra de Guardiola
El 10 aparece como una divinidad cuando el encuentro era del Bayern y decide para el Barça con dos goles y la asistencia del tercero a Neymar
Ramon Besa El País
7 MAY 2015
Messi salta para celebrar uno de sus dos goles. / Gustau Nacarino (REUTERS)
Messi no suda, no
grita ni tampoco llora, nunca se vio una lágrima suya, a diferencia de
las de Casaus, que eran azulgrana, ni tampoco hay constancia de una gota
de su sangre, insensible en los partidos más estresantes como el de
ayer en el Camp Nou. El 10 apareció como una divinidad en un momento en
que el encuentro era del Bayern,
cuando en la hinchada se convencía de las bondades de un 0-0, Rakitic
aguantaba al Barça y calentaba Xavi. No rompía el encuentro por ningún
sitio y entonces Messi descerrajó el portal del gigante Neuer con dos
tiros opuestos, uno seco y otro suave, terminales para el equipo de
Guardiola.
BARCELONA, 3 - BAYERN, 0
Barcelona: Ter Stegen; Alves, Piqué, Mascherano (Bartra, m. 89), Alba; Rakitic (Xavi, m. 82), Busquets, Iniesta (Rafinha, m. 87); Messi, Luis Suárez y Neymar. No utilizados: Bravo; Pedro, Adriano y Vermealen.Bayern de Múnich: Neuer; Boateng, Benatia, Rafinha; Lahm, Schweinsteiger, Xabi Alonso, Thiago, Bernat; Müller (Gotze, m. 79) y Lewandowski. No utilizados: Reina; Dante, Javi Martínez, Pizarro, Scholl, Weiser.Goles: 1-0. M. 77. Messi aprovecha una recuperación de Alves. 2-0. M. 80. Messi pica el balón ante Neuer. 3-0. M. 94. Caño de Neymar, que es asistido por Messi.Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonestó a Xabi Alonso, Alves, Benatia, Bernat, Piqué, Neymar.Camp Nou: 95.369 espectadores.
Aunque ni siquiera fue nombrado, Guardiola
salió como un señor del Camp Nou. Jugó el Bayern con la grandeza de los
mejores, sin reparar en las ausencias de Robben y Ribery, excelente en
el juego colectivo, capaz de competir con el Barça. Los azulgrana
estuvieron activos y ambiciosos, enérgicos y competitivos en una noche
sin concesiones, lamentos, romanticismos ni ñoñerías, entregados los dos
equipos a una afrenta muy seria para suerte del Camp Nou. Nadie había
descifrado tan bien hasta ahora al Barça como Pep. No hay antídoto
posible, sin embargo, contra Messi.
El secreto no estaba en las alineaciones, hasta cierto punto
cantadas, sino en cómo los jugadores se repartían el campo,
especialmente los del Bayern de Guardiola, que prefirió a un
todocampista de la talla de Schweinsteiger a un media punta indefinido y
famoso como Götze. El encuentro parecía girar al fin y al cabo
alrededor de Messi. Y Guardiola basculó a su equipo hacia la banda del
10 mientras abría la cancha por la derecha para Thiago y llenaba la
divisoria con un medio más a cambio de defender con tres, una temeridad
si se tiene en cuenta la nómina de delanteros azulgrana: Messi, Luis
Suárez y Neymar.
El plan de Guardiola propició un cuarto de hora de vértigo, imposible
de digerir para los volantes, superados por el ir y venir de defensas y
delanteros, una locura para los porteros, expuestos a situaciones de
mano a mano como la que afrontó Neuer con Luis Suárez. El meta le ganó
la partida al ariete y se acabó el riesgo y la diversión, menguó la
tensión, se pasó de la locura a la cordura y se calmó el Camp Nou. A
partir de la recomposición de líneas alemana, ya con un esquema más
convencional (4-4-2), se impuso el orden, se achicaron los espacios y se
acabaron los mano a mano que había propiciado el 3-5-2 inicial del
Bayern.
Incluso con la contienda atemperada nadie reparó en la figura de
Guardiola, ignorado cuando se cantaron las formaciones, sin mención
alguna, como si fuera un técnico rival cualquiera, concentrada como
estaba la hinchada en un partido agotador, dominado por la grandeza de
Neuer. El meta, imponente con los pies, marcó las diferencias ante Alves
(m. 38) y Suárez (m. 11), exuberante el lateral e inteligente el
delantero, sobresalientes en el despliegue del Barça. Aunque el marcador
ni pestañeó, los dos equipos agradecieron el descanso después de
batirse de manera soberbia, como demanda la Champions.
El desgaste físico fue tan brutal como el psicológico, digno de un thriller
por su interés y emoción, muy absorbente para el espectador, igual de
concentrado que los jugadores, incluido Messi. Aunque al 10 le costó
salir de la defensa de ayudas que montó el Bayern, nunca le dio la
espalda al encuentro sino que se ofreció como extremo o volante, de
acuerdo a las necesidades del Barça, que siempre tuvo más peso en el
partido que el Bayern. Los jugadores sabían, también Messi, que
cualquier descuido penalizaba, que un error podía ser definitivo en un
choque de máximos, intenso, digno de la Copa de Europa.
La cita exigía futbolistas mayúsculos, y más por parte del Barcelona,
que pasó un mal rato en la reanudación, gobernada por la serenidad y
despliegue del Bayern. Rakitic sostuvo entonces al Barcelona mientras
calentaba Xavi. Aparentemente necesitaba paciencia el Barça. Al Bayern
le perdió entonces la confianza, la superioridad con que jugaba, el
punto de soberbia en la salida del balón, perdido por el lateral ante el
arrebato de Alves. El brasileño anticipó, robó, aceleró y la puso para
Messi, que no perdonó a Neuer. Messi entró en acción y ya no paró hasta
meter un segundo gol excelso por el recorte a Boateng.
Messi regateó al central del Bayern, descuartizado en la cancha, para
después picar la pelota sobre la salida del inmenso Neuer. La jugada
sacó del encuentro a los alemanes, entregados a un final de partido
suicida, rematado en el tiempo añadido por un tercer gol, tras una
asistencia de Messi, materializada por Neymar, excelente en la
definición ante Neuer. Los azulgrana entraron en combustión y alrededor
del 10 se convirtieron en la máquina de matar, en el equipo que rebosaba
salud desde Anoeta, el estadio que marca el punto de inflexión del
Barça. Nada pudo opinar el Bayern, convertido en carne de cañón por
Messi como temía Guardiola.
Nadie hubiera dicho que el Bayern estaba mutilado, atacado por una
depresión y un rosario de calamidades, hasta que apareció Messi y marcó
el camino hacia la final de Berlín. Ni siquiera su progenitor
futbolístico, quien más ha entendido al 10, como es Guardiola, sabe cuál
es el secreto de Messi. Ni suda, ni llora, ni sangra, simplemente marca
goles de fábula como el segundo, suficiente para marcar diferencias,
digno de ser tatuado en su brazo izquierdo después de que en el derecho
ya luzca una de las vidrieras de la Sagrada Familia, una obra tan
admirada como inacabada como el fútbol del propio Leo Messi. Tenía razón
Guardiola: no hay remedio contra Messi.