Uno de los nuestros
La Política, con mayúsculas, llora la pérdida de Enrique Curiel, que se fue prematuramente. Su desaparición a los 63 años supone una marcha muy temprana, como temprana fue su incorporación a la lucha por la libertad en unos años donde quien lo hacía se la jugaba de verdad, más allá de retóricas, luchas a toro pasado o reivindicaciones de un manido “yo estuve allí” que en otros nadie recuerda.
El sentido e improvisado homenaje que se le rindió en un abarrotado tanatorio de La Paz, donde sus seres queridos le velaban antes de devolverle a su amada Galicia, fue una clara demostración, quizá un poco tardía, del respeto que muchos mantenían tanto a su persona como a sus ideas y, sobre todo, a una integridad y cordialidad a prueba de problemas, deslealtades, olvidos e, incluso, de la enfermedad.
Se pudo ver a mucha gente. Sin duda no estaban todos los que son, pero los que se aventuraron a llegar al tanatorio por la carretera de Colmenar en una tarde especialmente gris y triste estaban allí de corazón, mirando no sólo al pasado sino al futuro que nos aguarda y que a él le hubiera gustado saber, sin duda, qué cambios nos depara, para bien o para mal.
Tengo pocas dudas de que pensamientos muy similares debían pasar por la cabeza de los representantes de las instituciones del Estado allí presentes, de los ministros y del amplio abanico de políticos, universitarios, docentes y sindicalistas, entre ellos destacados militantes de aquella generación del PCE y de Izquierda Unida que fueron sus compañeros de lucha.
De entre las muchas cosas que he oído de él en las últimas horas me quedo sin dudarlo con la definición de su compañera Carmen, para quien Enrique fue “un buen hombre, un buen amigo, inocente a veces y muy sensible, que quería mucho a su país y que por este luchó toda su vida”.
Para muchos puede que fuera una sorpresa, pero para los que le conocían mejor está claro que no. Resulta que en la hora de la verdad, cuando un simple gesto puede ayudar a resumir una vida, su militancia en el PCE marcó para siempre su trayectoria vital. Por su expreso deseo su féretro permaneció cubierto con la bandera de “el Partido”, como lo seguimos llamando aquellos que saben de lo que hablo.
Espero que no sea tarde para decirlo, pero a Enrique Curiel no le hemos hecho justicia. Fue un político muy desaprovechado, al que nadie más allá de su familia ayudó a superar las contradicciones que le impuso la propia Transición. Está muy claro que no fue un iluminado, pero sí fue un hombre valiente que, en momentos clave, cuando hay que hacerlo, demostró tener un firme ideario político, para unos acertado y para otros fallido, pero que era el suyo y al que fue fiel hasta el final.
José Bono, presidente del Congreso y compañero de filas en el PSOE, consideró en ese homenaje que a Enrique se le negó el amparo en el último partido donde refugió sus soledades. El tiempo, sin duda, coloca las cosas en su sitio, pero en estos momentos puede decirse ya que con su hacer y con sus ideas representó tanto desde Izquierda Unida, como luego desde el PSOE, la pulsión de unión de la izquierda, de su necesaria apertura y renovación, y siempre desde el diálogo y la amabilidad.
Tengo muy presente que en su intensa y fulgurante trayectoria política, Enrique Curiel pudo combatir desde distintos frentes, pero nunca cambió de trinchera.
Fue hijo del catedrático de Lengua Francesa Luis Curiel, un intelectual de izquierdas perseguido por el franquismo. A este propósito, en su homenaje se recordó la carta que le remitió Enrique a Bono en 2008 para responder a quienes desde la ultraderecha le criticaron por buscar el cadáver de su tío Eugenio, un sacerdote fusilado en julio de 1936 cuando se presentó ante los franquistas para solicitar que no mataran a su hermano Luis, apresado por sus ideas progresistas. La misiva era toda una declaración de principios y decía que la reconciliación “no puede ser de sólo una parte” y que “la indignidad, cuando desenfunda, no tiene límites”.
El 23-F, cuando Tejero ocupó el Congreso de los Diputados con un grupo de guardias civiles con las intenciones que todos ya sabemos, Curiel era secretario del Grupo Parlamentario Comunista. Logró escapar del golpe saltando por una ventana y esa noche participó en la red que se tejió entre los partidos para salvar a la democracia en peligro. Como tantos otros, no tuvo ninguna duda de lo que había que hacer, para bien o para mal, tampoco en ese momento. Y no esperaba que nadie se lo agradeciera ni reconociera, creía que había que hacerlo y punto.
En medio de muchas dificultades, fue honrado hasta el final. Ha muerto lúcido y pobre, con escasos recursos económicos, negando con su vida la perversa asociación entre política y corrupción. Al final, seguía siendo el mismo de cuando, junto a Pilar Bravo, lideró la organización universitaria del PCE y fue detenido, torturado y desterrado; el mismo que fue compañero del estudiante Enrique Ruano, asesinado por la Policía de la dictadura, e igual que cuando la Política –de nuevo con mayúsculas– le dejó varias muescas por ejercerla con dignidad, como el tiro que recibió de la Brigada Político-Social por manifestarse a favor de la liberación de Santiago Carrillo, en 1976, tras su retorno clandestino de Francia.
Enrique, al otro lado de la izquierda, fue siempre uno de los nuestros.
El sentido e improvisado homenaje que se le rindió en un abarrotado tanatorio de La Paz, donde sus seres queridos le velaban antes de devolverle a su amada Galicia, fue una clara demostración, quizá un poco tardía, del respeto que muchos mantenían tanto a su persona como a sus ideas y, sobre todo, a una integridad y cordialidad a prueba de problemas, deslealtades, olvidos e, incluso, de la enfermedad.
Se pudo ver a mucha gente. Sin duda no estaban todos los que son, pero los que se aventuraron a llegar al tanatorio por la carretera de Colmenar en una tarde especialmente gris y triste estaban allí de corazón, mirando no sólo al pasado sino al futuro que nos aguarda y que a él le hubiera gustado saber, sin duda, qué cambios nos depara, para bien o para mal.
Tengo pocas dudas de que pensamientos muy similares debían pasar por la cabeza de los representantes de las instituciones del Estado allí presentes, de los ministros y del amplio abanico de políticos, universitarios, docentes y sindicalistas, entre ellos destacados militantes de aquella generación del PCE y de Izquierda Unida que fueron sus compañeros de lucha.
De entre las muchas cosas que he oído de él en las últimas horas me quedo sin dudarlo con la definición de su compañera Carmen, para quien Enrique fue “un buen hombre, un buen amigo, inocente a veces y muy sensible, que quería mucho a su país y que por este luchó toda su vida”.
Para muchos puede que fuera una sorpresa, pero para los que le conocían mejor está claro que no. Resulta que en la hora de la verdad, cuando un simple gesto puede ayudar a resumir una vida, su militancia en el PCE marcó para siempre su trayectoria vital. Por su expreso deseo su féretro permaneció cubierto con la bandera de “el Partido”, como lo seguimos llamando aquellos que saben de lo que hablo.
Espero que no sea tarde para decirlo, pero a Enrique Curiel no le hemos hecho justicia. Fue un político muy desaprovechado, al que nadie más allá de su familia ayudó a superar las contradicciones que le impuso la propia Transición. Está muy claro que no fue un iluminado, pero sí fue un hombre valiente que, en momentos clave, cuando hay que hacerlo, demostró tener un firme ideario político, para unos acertado y para otros fallido, pero que era el suyo y al que fue fiel hasta el final.
José Bono, presidente del Congreso y compañero de filas en el PSOE, consideró en ese homenaje que a Enrique se le negó el amparo en el último partido donde refugió sus soledades. El tiempo, sin duda, coloca las cosas en su sitio, pero en estos momentos puede decirse ya que con su hacer y con sus ideas representó tanto desde Izquierda Unida, como luego desde el PSOE, la pulsión de unión de la izquierda, de su necesaria apertura y renovación, y siempre desde el diálogo y la amabilidad.
Tengo muy presente que en su intensa y fulgurante trayectoria política, Enrique Curiel pudo combatir desde distintos frentes, pero nunca cambió de trinchera.
Fue hijo del catedrático de Lengua Francesa Luis Curiel, un intelectual de izquierdas perseguido por el franquismo. A este propósito, en su homenaje se recordó la carta que le remitió Enrique a Bono en 2008 para responder a quienes desde la ultraderecha le criticaron por buscar el cadáver de su tío Eugenio, un sacerdote fusilado en julio de 1936 cuando se presentó ante los franquistas para solicitar que no mataran a su hermano Luis, apresado por sus ideas progresistas. La misiva era toda una declaración de principios y decía que la reconciliación “no puede ser de sólo una parte” y que “la indignidad, cuando desenfunda, no tiene límites”.
El 23-F, cuando Tejero ocupó el Congreso de los Diputados con un grupo de guardias civiles con las intenciones que todos ya sabemos, Curiel era secretario del Grupo Parlamentario Comunista. Logró escapar del golpe saltando por una ventana y esa noche participó en la red que se tejió entre los partidos para salvar a la democracia en peligro. Como tantos otros, no tuvo ninguna duda de lo que había que hacer, para bien o para mal, tampoco en ese momento. Y no esperaba que nadie se lo agradeciera ni reconociera, creía que había que hacerlo y punto.
En medio de muchas dificultades, fue honrado hasta el final. Ha muerto lúcido y pobre, con escasos recursos económicos, negando con su vida la perversa asociación entre política y corrupción. Al final, seguía siendo el mismo de cuando, junto a Pilar Bravo, lideró la organización universitaria del PCE y fue detenido, torturado y desterrado; el mismo que fue compañero del estudiante Enrique Ruano, asesinado por la Policía de la dictadura, e igual que cuando la Política –de nuevo con mayúsculas– le dejó varias muescas por ejercerla con dignidad, como el tiro que recibió de la Brigada Político-Social por manifestarse a favor de la liberación de Santiago Carrillo, en 1976, tras su retorno clandestino de Francia.
Enrique, al otro lado de la izquierda, fue siempre uno de los nuestros.
Gaspar Llamazares es portavoz parlamentario de Izquierda Unida en el Congreso
Ilustración de Mikel Casal