Un rojo español
JOSÉ MARÍA RIDAO-El País- 08/06/2011.

Jorge Semprún se recordaba como un rojo español cuando, siendo un muchacho, debió abandonar España al acabar la guerra civil. También cuando, en la Francia ocupada, se alistó en la Resistencia. Y también cuando cayó en manos de la Gestapo y fue torturado e internado en Buchenwald. Y cuando escuchó un Padrenuestro en español al primer y sobrecogido soldado norteamericano que entró en el campo en el momento de la liberación, un negro de origen hispano. Y cuando cruzó incontables veces la frontera desde Francia para organizar el Partido Comunista clandestino, citándose con Javier Pradera. Y cuando fue expulsado junto a Fernando Claudín por defender la evidente necesidad de la reconciliación. Y también, definitivamente también, cuando en los últimos tiempos muchos más jóvenes que él creyeron que la expresión "rojo español" encarnaba todas las virtudes olvidando, sin embargo, todas sus miserias. Reconociéndolas, expiándolas, combatiéndolas, y haciéndolo, además, cuando eso conllevaba la soledad y el anatema, no el aplauso de la mayoría, fue como Jorge Semprún quiso dotar a esta expresión de la dignidad serena y consciente que fue adquiriendo en su vocabulario y en ese país a la vez imaginario y real que quiso que fuera España.
Ignorando en gran medida al escritor y recordando sobre todo al político, el país al que consagró infatigablemente sus esfuerzos se ha privado durante demasiado tiempo de un legado que está a la altura de los más clarividentes testimonios de los dramas que padeció el siglo XX. Dramas españoles y europeos, y también universales, sobre los que Jorge Semprún, un rojo español, no dejó de interrogarse hasta el último aliento.