Paren el Toro de la Vega
Hay que poner fin a un espectáculo que se ha convertido en el símbolo de una brutalidad repugnante
Manifestación contra la fiesta del Toro de la Vega. / LUCA PIERGIOVANNI (EFE)
Las tradiciones forman parte del patrimonio, pero algunas resultan
claramente incompatibles con los valores que deben presidir una sociedad
civilizada. Afortunadamente ha aumentado la conciencia de que hay que
respetar el entorno en el que viven los seres humanos, lo cual excluye
la violencia contra los animales con el único propósito de divertir.
El maltrato a los animales estaba ampliamente aceptado hasta hace
apenas unas décadas. Ahora resulta cada vez más insoportable y la
sociedad ha ido estableciendo normas de protección. Al mismo tiempo,
muchas tradiciones crueles han sido abolidas o abandonadas, como la
costumbre de arrojar a una cabra desde un campanario para que los
espectadores contemplaran cómo se estrellaba contra el suelo. Ahora hay
que superar también comportamientos como el de acosar a un animal hasta
matarlo a lanzadas, como se pretende con el Toro de la Vega, un acto de
inhumanidad que coloca a esta fiesta fuera de los valores de una sociedad avanzada. Y por supuesto, eliminar cualquier ayuda pública a ese tipo de festejos.
Cada vez resulta más inaceptable no solo la inhibición de las
autoridades, sino su apoyo para que se mantenga una tradición bárbara
con el pretexto de la presión vecinal y alegando que no está prohibido,
como hace el alcalde de Tordesillas, un socialista indiferente a la
opinión del líder de su propio partido y que ignora las 120.000 firmas
contrarias al acto aportadas por el Partido contra el Maltrato Animal
(Pacma). Enrocado en esa posición, el Ayuntamiento de la ciudad
castellana da curso, año tras año, a una exhibición de sadismo en la que
se persigue y alancea a un toro hasta matarlo. No es el único lugar de
España donde se maltrata por diversión. Ocurre también en los correbous de Tarragona —en los que no se persigue la muerte del animal pero este sufre igualmente— y otros festejos de ese porte.
Contra lo que sus defensores pretenden, el Toro de la Vega no es un
asunto meramente local. Se ha convertido en el símbolo de una brutalidad
repugnante y en el residuo de un pasado en trance de superación. Los
organizadores del acto previsto para mañana en Tordesillas deberían
suspenderlo, porque el maltrato por diversión de un animal hasta
provocarle la muerte no es una tradición digna de mantenerse y ofrece
una imagen deplorable de España.