El Barça gana el Mundial de Clubes
El equipo azulgrana, liderado por Messi y definido por Suárez, doblega a la intensidad del River Plate y su afición
Jordi Quixano EL PAÍS
20 DIC 2015
Iniesta levanta el tercer Mundial de Clubes del Barcelona. / Shaun Botterill (Getty Images)
El Barcelona es el mejor equipo del mundo. Así lo dice su fútbol y su
año, pletórico en cuanto a títulos porque ha levantado cinco copas de
seis posibles. La última ha sido en el Mundial de Clubes y ante el River
Plate, un equipo con más garra que gancho, fiero sin la pelota pero
cordero con ella entre los pies. Poca cosa para un tridente que no tiene
remedio y que tanto le da salir de una lesión (Neymar) como acabar de
expulsar una piedra (Messi); cuando se ponen a jugar no hay quien les
eche el lazo y sus actuaciones doradas ya forman parte de la bella
historia del juego porque así también lo dicen los laureles obtenidos.
River Plate, 0 - Barcelona, 3
River Plate: Barovero; Mercado, Maidana, Balanta, Vangioni;
Sánchez, Kranevitter, Ponzio (Lucho González, m. 46), Viudez (Driussi,
m. 55); Mora (Martínez, m. 46) y Alario. No utilizados: Chiarini,
Batalla; Vega, Casco, Mammana, Mayada, Pisculichi, Bertolo y Saviola.
Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano
(Vermaelen, m. 81), Jordi Alba; Busquets, Rakitic (Sergi Roberto, m.
66), Iniesta, Messi, Suárez y Neymar (Mathieu, m. 89). No utilizados:
Ter Stegen, Masip; Bartra, Munir, Sandro, Adriano, Samper y Gumbau.
Goles: 0-1. M. 35. Messi. 0-2. M. 49. Luis Suárez. 0-3. M. 68. Luis Suárez.
Árbitro: Alireza Faghani (Irán) amonestó a Kranevitter, Jordi Alba, Ponzio, Rakitic, Neymar y Sergi Roberto.
Estadio internacional de Yokohama72.327 espectadores.
De piernas largas y tacos vistosos, los jugadores del River no se
andaban con remilgos ni paparruchas. Se trataba de que el Barça no
manufacturara fútbol y de ahí que se empeñaran en restarle cualquier
tipo de continuidad al duelo con puntapiés, desequilibrios con el cuerpo
y lo que fuera menester. Así se lo aclaró Kranevitter a Messi en la
primera pelota que tocó y así lo ratificó Ponzio sobre Iniesta segundos
después. O el rival o la pelota, pero nunca los dos. Era tal la
intensidad del equipo de Gallardo, el acoso en cada baldosa del tapete,
que los jugadores azulgrana apenas disfrutaban de unas pocas décimas de
segundo para pensar, las mismas que para actuar. Si bien repetían los
gestos de calidad técnica -sombrero de Iniesta, espuela de Neymar,
quiebro sin balón de Alba, autopase de Messi…-, iban demasiado exigidos y
en los metros finales la pelota ya no llegaba con precisión, rémora que
negaba la inspiración de los metros finales. O casi porque a Messi no
le tumba ni una piedra ni nadie, que por algo es el mejor.
Valiente, Gallardo situó la línea de presión alta para que la zaga
azulgrana errara en la entrega o se desprendiera de la pelota. Pero eso
no entra en los planes del Barça, ya ni siquiera con Luis Enrique. De
Mascherano a Piqué y de ahí a las bandas para que Busquets bajara y se
volviera a empezar. No había prisa y tampoco errores, más allá de ese de
Rakitic en un pase hacia atrás que Mora aprovechó para probar a Bravo
–jugó contra pronóstico porque Ter Stegen fue quien llevó al equipo a
esta competición-, que atajó sin complicaciones como también ese otro de
Alario.
Hizo el equipo argentino de la pillería un arte porque cualquier
falta o córner era el escenario ideal para la protesta generalizada o
para un pequeño rifirrafe. “¡Pongan huevos, vamos River Plate, pongan
huevos!”, cantaba pertinaz la marea millonaria. Y de eso no les
faltó a sus jugadores, definitivamente alimentados por una marea que se
prodigó sin cesar. Bravos, despechados bastantes, los aficionados se
entregaron a un ejercicio de aliento espectacular que atronó en el
Nissan Stadium, también porque no hubo más que una tímida réplica de
Barça, escasos los hinchas y en ningún caso acompañados por los
japoneses. El estadio era del River pero el césped y el balón del
Barcelona.
A medida que pasaron los minutos, las piernas de los argentinos
pesaban por correr detrás de la pelota. Y el corazón, el argumento de
Gallardo en la previa, ya no alcanzaba para luchar contra el pie de los
azulgrana. Sobre todo de Messi, que ponía el desequilibrio en la zona
caliente. Primero fue Iniesta el que le validó con un pase sobre el
balcón del área; media vuelta y disparo ajustado al palo y atrapado por
un Barovero que llegó donde no lo hizo la imaginación de nadie. También
acunó ese remate de Alves de volea tras el centro de Neymar y de nuevo a
Messi le sacó la mano en el mismo sitio, tras un lanzamiento de falta
envenenado. Pero Leo se moría de ganas por marcar y a la tercera fue la
vencida. Fue después de que Alves centrara al segundo palo, donde Neymar
durmió la pelota con la cabeza y se la puso hacia atrás al 10, que
controló con la derecha, le dio en el brazo mientras se echaba atrás y
la remató cayéndose con la izquierda. Gol y morfina al encuentro porque
River ya no tiró la presión alta y sobre todo porque Luis Suárez, nada
más comenzar el segundo acto, también supo definir ese gran pase de
Busquets ante Barovero.
Con la necesidad de River de tirar hacia delante, de marcar un gol
que reparara su orgullo herido, se creó el desaguisado argentino. Los
mediocentros ya no guardaban la posición, uno de los dos centrales
saltaba y los jugadores de banda las veían venir sin cerrar ni ayudar. Y
los espacios son el edén del Barça, de un tridente universal que se
junta para separar a los rivales. “Papá, a ese lo tengo controlado”, le
dijo por teléfono unos días antes Mercado cuando le mostró el primero su
preocupación por Neymar. Pero aunque el 11 entró en la refriega como
suele, siempre provocador, también entró de lleno en el partido y le
hizo todo un descosido a su pareja de baile para actuar de surtidor. Dos
centros a Messi que no supo finalizar al darle flojo y desviado, y otro
para Suárez que, de cabeza, la cruzó para convertirse con cinco goles
en el máximo goleador de la breve historia del Mundial de Clubes junto a
Leo. Era el final, el triunfo del fútbol, la victoria mundial.