domingo, 24 de enero de 2010

JAVIER VEGA-MIEMBRO DE LA ACADEMY OF POLITICAL SCIENCE -EL DIARIO MONTAÑÉS-24.01.2010


Qué tienen en común la República Francesa y el Club de Fútbol Barcelona?: Un 'modelo de desarrollo', inimitable a corto plazo, que les convierte en campeones prácticamente inevitables de sus respectivas ligas. Si Bill Clinton se presentara ahora a las elecciones tendría que matizar su antiguo slogan, ya no 'es la economía, estúpido' sino 'el modelo económico'.
Pero empecemos por el Barsa. Messi es el mismo cuando juega en Barcelona que cuando juega en Argentina, pero el modelo, el sistema de juego, es radicalmente distinto; lo cual explica sus decisivas acciones en la primera y su inocua presencia en la segunda. El problema no es que Maradona sea un ególatra desequilibrado -como mucho éste sería un problema añadido-; el problema es que Maradona no podría reproducir el sistema de juego del Barcelona aunque quisiera. Su modelo de juego no se improvisa ni en una ni en dos temporadas. Messi llegó a La Masía con 13 años y esta escuela de fútbol, de la que también salió Guardiola, cumple ahora sus 30 años. Ésta es la amarga verdad, la barrera insuperable contra la que chocan los contrincantes del Barsa.
Quien más, quien menos, los otros técnicos, lo reconocen así y ya llevan algunos años intentando reconstruir el viejo 'espíritu de equipo' echado a perder por 'la liga de las estrellas'. Uno de los alumnos más aventajados, la Selección Española, lleva por lo menos ocho años formando un equipo integrado con las canteras de Barcelona, Madrid, Valencia y Sevilla; pero sólo este año ha conseguido convertirse en la mejor selección de Europa, favorita de los mundiales. Al otro extremo del espectro, el Madrid insiste en reproducir su antiguo modelo estelar, aunque uno sospecha que no es porque su directiva esté trufada de recalcitrantes irredentos, sino porque con una chequera ilimitada se puede comprar a Ronaldo, Kaká, Benzema y Xabi Alonso, pero no se puede comprar el sistema de juego. Un equipo de superestrellas es la segunda opción, bastante más ruinosa y difícil de sostener.
Supongo que ya imaginan a dónde quiero llegar: la decisiva importancia del 'modelo de crecimiento' y la insoportable levedad del capitalismo desregulado como columna vertebral sobre la cual construir la sociedad. Algo de esto debió intuir Thatcher cuando dijo que «la sociedad no existe, solo existe el individuo». Si ello fuera cierto, tratar de dar cuerpo a un ente inexistente es una fantasía; por tanto habría que dejarse de utopías sociales y eliminar toda barrera a la fuerza creadora del individuo. La crisis, sin embargo, ha venido a poner algunas cosas en su sitio.
Durante los años previos a la crisis, cuando el PIB de Francia crecía por debajo de la media europea, los franceses escucharon de todo, incluida 'la grand boutade'" de que el PIB español llegaría a sobrepasar el francés (Zapatero dixit). La América de Bush, resentida por la falta de apoyo a la guerra de Irak, puso en marcha una campaña especialmente venenosa contra el socialismo francés, es decir, de Chirac (!); la campaña incluyó el simbólico vaciado de botellas de vino francés en el Mississipi. La cosa llegó al extremo de introducir la duda en el corazón de los franceses, quienes eligieron a Sarcozy bajo la promesa de liberar la economía francesa e impedir que les disputasen su posición de líderes europeos junto a Alemania.
En esto llegó la crisis. El muy astuto Sarcozy dio un giro de 180 grados a su promesa electoral y situó la política económica exactamente en el mismo punto que la había encontrado: un modelo de desarrollo económico fuertemente regulado; una maquinaria estatal perfectamente engrasada para controlar los mercados estrechamente; y una red de seguridad, a base de inversiones masivas en obra pública y social, que amortigua los efectos de las crisis sobre los ciudadanos. El PIB francés ha crecido en 2009 más que el de cualquier otro país desarrollado, mientras conseguían mantener los tradicionales niveles de desempleo.
Ahora bien, como en el caso del Barsa, el modelo francés no puede improvisarse. Los vecinos lo miran con sana envidia mientras se ven obligados a seguir la antigua senda neoliberal, malamente recauchutada, a la espera de llevar a cabo un nuevo modelo de 'desarrollo sostenible'. Ello requerirá adoptar muchas de las características del modelo francés, en primer lugar: situar el objetivo de desarrollo de una sociedad exitosa por delante de los éxitos económicos a corto plazo. La sociedad sí existe y la cohesión social es tan importante como las libertades individuales.
Otras características importantes del modelo francés: demografía muy dinámica, tanto en número de habitantes como en su distribución por edades y sexo; un nivel de desigualdad entre las rentas de los más bajos de Europa, el cual, a partir de mediados de los ochenta, ha seguido reduciéndose, justo al contrario que el resto de países ricos; una sanidad pública clasificada entre las mejores del mundo; más producción de energía independiente del petróleo y el carbón que cualquier otro país desarrollado; y una asignatura pendiente: la integración de los inmigrantes.
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